En la mitología griega, las sirenas no tenían cola de pez sino alas, y eran capaces de embelesar a los marineros con su canto, atrayéndolos hacia las rocas donde los barcos se despedazaban. Ya en el agua, la tripulación servía de comida para estos malvados seres.
Pero Ulises, siguiendo el consejo de Circe, hace que sus compañeros de viaje se tapen los oídos con cera y él mismo es atado al mástil sin ninguna opción de soltarse. De esta manera, Ulises pudo saciar la curiosidad de escuchar el canto de las sirenas. En pleno siglo XXI, el canto de las sirenas se replica ahora a través de los altavoces de las redes sociales y los medios masivos de comunicación. Se repite todos los días, empujándonos a
comprar cosas que no necesitamos o haciéndonos ajustar a falsos y peligrosos ideales de belleza. Hoy no tenemos derecho a ser feos, gordos o calvos.
En esta época de debate electoral, el canto de las sirenas adquiere la forma de encuesta. La repercusión de las encuestas en el electorado es innegable pero, por lo general, los candidatos adscritos al poder son quienes las lideran y la difusión de los resultados amañados termina convirtiéndose en propaganda electoral ya que, según lo afirma el periodista mexicano Diego Petersen, la publicación de los sondeos de opinión influye en el comportamiento de los votantes y los induce a votar por el candidato que lidera las encuestas. En pocas palabras, las encuestas son más cercanas a una estrategia de publicidad que al esfuerzo por reflejar la realidad.
Sorpresa, alegría y preocupación produjo la última encuesta que sondea la intención de voto a la alcaldía de Valledupar y que fue adelantada por el CNC, un organismo serio. Todos hablan de la bendita encuesta. Unos a favor, otros en contra. Lo que sí es cierto es que el resultado fue
sorpresivo respecto a otra encuesta realizada un mes antes. ¿Cuál de las dos miente?
El arte de la guerra consiste en el engaño. Vale también para la política y el mundo empresarial: finge hasta que lo consigas o como diría Goebbels: miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más la gente la creerá. Tal parece ser el espíritu de las encuestas y los estudios de comportamiento electoral. Les funcionó a los nazis y funciona todavía hoy: publican datos propios, realizan encuestas virtuales entre los amigos y seguidores de Facebook o pagan a encuestadoras de papel que se venden al mejor postor y posan de impolutas. Lo grave
es que creemos. Caemos redondos ante la mentira y subsiste el pensamiento retrógrado de votar por el que vaya ganando porque no podemos botar el voto. ¿Cómo taparnos los oídos con cera o amarrarnos al mástil para no caer? ¿Cómo diferenciar una encuesta seria de una falsa?
Las encuestas serias publican sus vitrinas metodológicas: fecha de realización, alcance geográfico, tamaño de la muestra y margen de error. En español, se dice cuándo se realizó, en qué población, cuantas personas fueron encuestadas y se explica cuál es el grado de precisión que se buscó lograr. La del CNC cumple con todo lo anterior, solo miremos la web. Al final, no somos tontos. Todos sabemos que está sucediendo en las calles y cuál es la realidad.