En el preludio de la lluvia del jueves anterior, estudiantes radiantes de talento y disciplina del Instpecam, orientados por la docente Miriam Vence, participaron en un programa literario en el auditorio Consuelo Araujonoguera de la Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez, que fue sencillamente maravilloso.
La razón del programa, la presentación del libro: ‘Poética de la cultura vallenata’. La apertura estuve a cargo de seis niñas vestidas de ángeles que con sus cánticos acompañaron a la docente Cándida Rosa Barrios a alabar al Señor. Luego un grupo de piloneras con sus coplas abrieron el telón para que el rector Fredy Alfonso Montero hiciera la presentación del evento. Desfilaron artistas juveniles de la declamación, que motivaron a recitar a los compositores Gustavo Gutiérrez y Rita Fernández, y le dieron paso al cantador de décimas, Joaquín Pertuz. El periodista Eduardo Ortega hizo una exégesis del libro, e invitó al ‘Dúo Manzanares’, dos artistas chilenos que con su guitarra y sus voces pincelaron de música la frescura de la lluvia.
La clausura estuvo a cargo del autor del libro. A manera de síntesis, resaltamos estas frases. La Corporación Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez es un modelo de eficiencia y trabajo. Felicitaciones a su directora Maria Victoria Celedón y su equipo de colaboradores.
Valledupar es por naturaleza un pueblo de música y canto. Y contar historias es la impronta de nuestra tradición oral. Somos de la escuela del escritor Antonio Machado: “Canto y cuento es la poesía. Se canta una viva historia, contando su melodía”. Esta tesis es la matriz de las canciones vallenatas.
En el arte lo que perdura es la calidad. El tiempo es un juez sabio que no sentencia de inmediato, espera que repique el viejo campanario con el sonoro perfume de los recuerdos. Las buenas canciones nunca se envejecen y permanecen en la memoria: como aquel pájaro que canta y no se ve, como el rocío que se volvió canción, como la sombra perdida en el atardecer, o aquel sombrero que todavía se mece en las ramas del viento o la gota fría que se solaza en los espejos celestes de los acordeones.
La poesía es la lengua materna de la raza humana. El mundo existe por las palabras que lo nombran, de modo que somos una metáfora del lenguaje. La palabra siempre es algo compartido. Vivimos en un territorio ocupado por quien habla y por quien escucha, por quien escribe y por quien lee. Dependemos unos de otros y somos parte de una labor dinámica y perpetuamente inacabada.
Por José Atuesta Mindiola