Uno quisiera quitarle cualquier estrategia a una campaña política, ver a los candidatos sin el ruido de sus asesores y las convenientes lecturas de las encuestas, verlos sin el Smartphone en las manos, sin las tabletas que les acercan para señalarles links y comentarios. Uno quisiera verlos libres de tener que responder con corrección política y estratégicamente a lo que les dicen las encuestas y los asesores sobre lo que dice la percepción pública. Uno quisiera de verdad saber cómo son los hombres y mujeres que le están apostando a la presidencia de Colombia, a ver, si así, desnudos, uno apuesta con el corazón por alguno de ellos.
Sería deseable que apagaran tanta alharaca a su alrededor, que el inconsciente no los traicionara a la hora de voltear la cabeza para ver si los acompaña la corte, que pudieran recorrer un pasillo solos y entrar a recintos desocupados, no solo el baño, a escuchar el eco de sus verdades de entraña. Tal vez, algunos se digan cosas tan sinceras y válidas como: “yo quiero ser presidente porque quiero, puedo y me da la gana”. Un reconocimiento así seguro es la fuerza más poderosa que los impulsará a lograr el objetivo. A fin de cuentas si a algo debe responderse con firmeza es al talento, tal vez ese sea el único compromiso definitivo con el que hayamos venido a este mundo. Y los candidatos son animales políticos por excelencia, unos más entrenados que otros, mejor contados, con mayor exposición, pero a fin de cuentas con la política adentro como motor de vida.
Pero ese yo, que he evidenciado tan narciso, debería agacharse frente a lo común, no hablo del ultrajado bien común, sino de aquello que puede contenernos y regularnos: la norma y las instituciones. Allí nos reconocemos como iguales, en medio de las dos sabemos que pertenecemos a una sociedad. Y allí y por ellas, también construimos una individualidad capaz de reconocer al otro. Si hablo de las instituciones es porque esos candidatos, de cualquier ideología o partido, deben mirar con lupa cada una de las que conforma el Estado como la mejor corte que pueden tener. Los amigos y los no tan amigos suelen caminar al lado diciéndole al emperador que está vestido y le hacen un coro de ángeles, seleccionando las voces, aquello que deben cantar y muy a menudo repiten el estribillo “todo va bien, todo va muy bien” y el hombre, ahí sentado en el trono, aprende a gobernar de oídas, firmando papeles membretados.
Por eso desde ya deberían olvidarse de la corte, de las estrategias, de la tecnología y los links y concentrarse en ver por sí mismos cómo reconciliarnos, por ejemplo, desde la norma y frente a la institucionalidad. La defensa de las instituciones hoy día parece ofender a muchos, las frases de cajón sobre no creer en ninguna de ellas sea cual sea su orden crea una especie de anarquía mediática y sin fundamento de la que espero que este país se recupere. Pero también se equivocan los candidatos que en el fondo de su conciencia creen que pueden ponerse por encima de las instituciones y hacer lo que les venga en gana. Los hombres, en ningún escenario están por encima de las ellas, porque solo quedarán para la historia si son capaces de fortalecerlas para que puedan regular la sociedad y la buena convivencia. Por eso les digo a todos: miren las instituciones, ahí está todo hecho para que funcionemos bien, con ellas se cumple cualquiera de los mandatos constitucionales. Hablen con los servidores públicos porque la mayoría pelea a diario por su entidad y cree profundamente en que desde allí están haciendo país. La mayoría no está sentada para robar a los colombianos, ya sabemos que los robos requieren al estrato seis y de ahí para arriba. Todo está servido, solo hay que verlo y dejarle ser.
Por María Angélica Pumarejo