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Canciones de guerra

Con este título la Universidad Distrital de Bogotá ha publicado un libro escrito por su profesor Orlando Villanueva Martínez, con prólogo de Hermes Tovar Pinzón, catedrático de la Universidad de los Andes, rotulado: ¿Qué cantan los insurgentes? Se trata de un análisis socio político de la violencia viniente de los años cincuenta, a través de los cantos a partir de la muerte de Gaitán cuando Liberales y Conservadores, unos en cuadrillas guerrilleras y otros como agentes del gobierno, se trenzaban a balazos hasta la muerte, azuzados por líderes de papel desde Bogotá.

La portada muestra a Guadalupe Salcedo de pie, pantalones en remangas, pistolas en cintura sostenidas por tirantes, cinturón grueso de piel de res, mostrándose como un guerrillero invencible, el día que firmo la “Paz de Ariporo”.

“El Batallón Colombia” para la misma época, combatía en Corea en nombre de la nación colombiana, sin saber por qué, ni contra quien, por decisión única del expresidente Laureano Gómez, para congraciarse con los norteamericanos.

La prensa destacaba lo que ocurría aquí, revelando el gran número de colombianos muertos y refriéndose al fin de la guerra interna, diciendo: “La recuperación del llano para la paz ha terminado, pero ahora queda por verificar la reincorporación del llano a la unidad nacional, a la economía colombiana y la capacidad de aquel territorio para una vida ciudadana y digna”; promesa que nunca se cumplió; seguidamente añadía: “Mientras así quedaba sellada la paz en los llanos orientales, los Douglas de la Fuerza Aérea, movilizaban en continuos viajes a la población civil hacia sus regiones nativas, donde ahora reanudaran su vida de trabajo al amparo de las libertades y las garantías otorgadas por el régimen militar”. Daba paso así, a la naciente propaganda política que con el tricolor de fondo anunciaba el advenimiento del “Binomio, Pueblo-Fuerzas Armadas” con una coletilla premonitoria, “Salvará a Colombia”. Se sabía que a la guerrilla del llano se habían incorporado hombres de todo el país, tantos llegaron que incluso: “eran vistos con desconfianza, lo que ocurría con los indígenas y los negros” probablemente por seguridad y no por discriminación.

Bien documentada la obra, hace ligera alusión a la guerra de los mil días, destacando un personaje afrodescendiente al cual hace mención: “Por esta sabana abajo, donde llaman la Vigía, me encontré con un negrito llamado José María”.

“La muerte de Gaitán”, abunda en menciones igual que al nueve de abril, y se destaca uno de esos cantos en ritmo lugareño: “Corrido de los años cincuenta”, seguido por otros, como “Colombia y su situación”, un coloquio extenso que narra el recorrido violento de la lucha hasta llegar a Villavicencio. Tal fue la fuerza emotiva en aquellos tiempos que un canto trae el refrán “ojo por ojo y diente por diente”, como pujanza de aquella disputa. También se percibe la nostalgia de los autores que le cantaron a la guerrilla liberal, con tal énfasis que uno de ellos se escucha: “¿Qué tiempos aquellos, compañeros?”, con estas versiones, recrean pasajes, poemas y joropos, la raíz originaria de la violencia que, desde entonces, nos persigue con su nacimiento y evolución sin detenernos en pensar cómo y porque sucedió.

A ese conflicto la siguió “El Frente Nacional” una faceta más, como freno al terror en mención, que en realidad no terminó porque nos mandó directo del bipartidismo hacia el monopartidismo, contradiciendo los postulados del politólogo Duverger que afirma que es necesario que un partido vigile, mientras el otro manda en su acción política.

El experimento político vivido acordó la paz bajo la condición de que cada partido alternativamente estaría en el poder cuatro años, para un total de dieciséis, sin tener en cuenta el número de su militancia. Compartirían el total de los cargos del Estado en todas sus jerarquías. Como consecuencia el partido liberal abandonó sus mayorías, sus ideologías y sus programas filosófico-sociales que tanto le había costado desde la derrota del coloniaje y dando vida como consecuencia de la alternatividad a la corrupción sin contención que hoy nos asfixia.

En poco tiempo, la inconformidad se hizo sentir a través del Movimiento Revolucionario Liberal compuesto por una selectiva gama intelectual y política que impugnaba a dicho frente por carente de programas sociales y económicos pues consideraban que el partido liberal había naufragado. Cuando el Frente Nacional ejecutaba sus acuerdos, surgió la revolución cubana, con todo el revuelo que tuvo en América Latina sobre todo en la juventud estudiosa, en los intelectuales y sectores progresistas, mientras los líderes de la revuelta liberal, Guadalupe Salcedo y Dúmar Aljure, como otros tantos iban siendo asesinados por sicarios conservadores que se hicieron llamar “Los pájaros”. Divido el movimiento revolucionario liberal (MRL) en línea dura y línea blanda; las juventudes revolucionarias del MRL se encaminaron por las ideas socialistas, se inició con la toma de Simacota en Santander.

Los simpatizantes del partido comunista de Colombia fruto de la vieja comunidad Unión Revolucionaria Socialista (URS) consolidaron lo que sería hoy las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia “FARC” en lo que fueran extensos latifundios en manos de extranjeros en el Pato, Guayabero, Rio Chiquito y Marquetalia, en el Tolima. Estos últimos logran el laudo político con Belisario Betancur (1982-1986) para hacer transición de la lucha armada a la acción política legal.

Sin embargo, se despierta una alianza de derecha que da muerte a dirigentes y militancia que constituyó el exterminio de la Unión Patriótica (UP). El Ejército de Liberación Nacional “ELN” que tuvo su origen en la Federación Universitaria Nacional en 1964 impugnaba los partidos tradicionales por desuetos, un fruto más de la frustración nacional, buscaba la unión de la clase obrera, los intelectuales y los estudiantes habiendo con el apoyo de la poderosa Unión Sindical Obrera (petróleos) desde la huelga interuniversitaria 1962 de la cual nacieron líderes que le dieron vida política intelectual a lucha armada: Jaime Arenas, Ricardo Lara Parada, Fabio Medina Morón, los hermanos Vásquez Castaño, Julio César Cortes, José Manuel Martínez Quiroz, Lesbia Ramos, Félix Vega Pérez, Miguel Pimienta Cotes, y tantísimos otros que, en algunos casos, marginados del proyecto político han ocupado destacadas posiciones dentro de los mandos tradicionales del Estado.

Después de cincuenta y dos años de violencia política recíproca, surge el experimento de paz suscrito en la Habana, que ha despertado la expectativa nacional, insinuándose una serie de reformas estructurales, innovación del Estado y la responsabilidad social de éste frente a sus nacionales. Unos creen en este nuevo embate y otros desconfían de su eficacia. Lo cierto está, en que se requerirá una gran inversión social en la tierra, en la salud, en la educación y en programas que lleven a la práctica el discurso de la igualdad.

Se debate la posibilidad de que los sectores progresistas que abandonan la guerra y acogen la paz, logren el poder, lo que resulta posible, si tenemos en cuenta que los partidos tradicionales no han tenido, no tienen, ni se proyectan en programas actualizadores, más si el experimento político fluye y ostenta soluciones sociales de todo orden, sería del caso pensar que dentro de esta crisis puedan lograrlo. No digamos que en los lineamentos de la justicia, más si en el derecho como expectativa social de la población colombiana. Seamos optimistas y esperemos a ver qué pasa.

Por Ciro A. Quiroz

 

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