Cuando aterrizó aquel avión amarillo que el gobierno recibió con todos los bombos y todos los platillos disponibles, y luego maratón por ciudades y fotos de las primeras personas vacunadas, todos pensábamos que la tranquilidad regresaba al país, en algo que los expertos en tono llamaron ‘Nueva normalidad’, algo así. Lo cierto es que independiente del show y las fotos, la esperanza se divisaba muy cercana.
No importaban los críticos del sistema por las farmacéuticas o los países de donde vendría el remedio, no importaba si la contratación y costos de las mismas era exagerado o por encima de los precios en otros países de la región, lo importante era vacunarnos y ya. Pocos días después, nos toca buscar responsables, del castaño pasamos al oscuro. La confianza al virus parece ser el factor principal del crecimiento de infectados; la economía, que pedía urgente reactivación, vino con brotes, cepas, rebrotes, urgencias, emergencias, impaciencias, generando desesperación, miedos y desconfianza.
Ya habíamos pasado la era rápida y masificada de los remedios caseros, con eucaliptos, jengibres y moringas, cuando ciudades como Santa Marta, Barranquilla y Bogotá, entre otras, piden cerrar puertas y ventanas; los toque de queda, ley seca (estancos llenos) y picos y cédula reviven el ambiente. Al escribir estas líneas, autoridades locales vallenatas estudian si cierran todo, al menos por un tiempo mediano, mientras la situación mejora. Barranquilla, nuestra capital Caribe, en un solo día reporta 56 fallecidos. La Guajira reporta alerta naranja y el Cesar alerta roja. Y no es la economía naranja de tanta bulla, ni el trapo rojo de los buenos tiempos liberales, es una urgencia en salud, que asusta.
Nosotros, alegres y descomplicados por naturaleza, aprendimos en poco tiempo a llorar, riéndonos. Amigos y conocidos se los está llevando el virus, sin poder siquiera despedirlos, una milenaria costumbre de solidaridad humana; la conversación espontánea y festiva es cosa del pasado, ni para qué hablar de abrazos y besos, ayer que fue el Día Internacional del beso, los únicos elementos testigos fueron los tapabocas.
Aquellos besos mordelones de los boleros son nostalgias, los besitos ‘robaos’, de los que tanto disfrutamos los costeños, tienden a extinguirse; esa frase del Pollo López que nadie se queda en la mitad de un beso, dejó de ser una excusa elegante, para llegar al infinito, donde dicen los poetas, los besos se vuelven vientos y regresan al lugar donde nacieron. Como los arcoíris cerca de Patillal, decía Escalona.
Los expertos en comportamiento humano, después de las crisis, anuncian que muchas enfermedades mentales sobrevinientes llenarán los consultorios de miedos, rutinas, problemas de sueño, irritabilidad, desconfianza y desesperanza, sin descartar suicidios y violencias de personas que ayer eran pasivas. La masa no está para arepas, decían las abuelas. Ay, las abuelas, viejas bibliotecas orales fueron las que más nos dejaron con esta pandemia sin remedio. No seamos pesimistas graduados, sigamos siendo bachilleres con entusiasmo. Tengamos fe, y tomemos café y si el perro late tomemos chocolate. Rapidito, antes que el IVA, con nombre nuevo y en reforma tributaria asomada a la ventana se nos meta al canasto. Para entonces todos seremos canastas de ensueños…