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Campañas electorales, vuelve la danza de los millones

Cada cuatro años vemos correr torrentes de dineros consumidos en espectáculos opulentos ante la mirada impávida de la pobreza. Cada vez estos teatros, llamados democráticos, son más costosos para garantizar que, desde un principio, se sepa quiénes ganarán gobernaciones y alcaldías, sobre todo en el Caribe. Frente a estas maquinarias, competirles es un ejercicio tonto que solo sirve para legitimar un proceso de aparente libre competencia entre partidos y grupos alternativos. No tengo información fidedigna pero ya algunos comentan que la inauguración de la sede de algún candidato, que aspira a ser alcalde de Valledupar, costó $250 millones. Este poderío de por sí, dispara la intención de voto porque la ignorancia lleva a muchos a decir que “que no van a perder su voto”, no importa si pierden la dignidad y posibilidades de un mejor futuro. Esto ocurre en la ciudad capital que ocupa la cuarta más alta pobreza monetaria del país y la 3a con el mayor desempleo (hoy 16%). Si tomamos una serie histórica de Minsalud, 2005-2015, encontramos que para obtener la tasa de mortalidad de la niñez (TMN) de Valledupar (menores de 5 años) que tuvo Bucaramanga en 2015, necesitaríamos 46 años, bajando al ritmo que lo hacemos. Somos inviables, nada hay que hacer por los más necesitados porque estos mismos cavan su propia sepultura. Aún no se sabe que propone este nuevo alcalde y ya, en encuestas informales, encabeza las preferencias. Tocará hacer una pedagogía profunda para mostrarles a los vendedores de dignidades que el Cesar y Valledupar están en crisis. No hay que ser mago pero la ley les asignó a los mandatarios regionales y locales la función de atender sectores como educación, salud, infraestructura, saneamiento básico y agua potable, cultura y deporte, así como la defensa ambiental de sus territorios, y es sobre estos que los aspirantes deben hacer sus propuestas, pero no, al elector lo manejan con estrategias efectistas que controlan sus emociones, muchas veces adornadas con lisonjas religiosas; es un proceso de hipnosis colectiva con camisetas y hayacas. Aquí nadie maneja cifras; no he escuchado al primer alcalde elegido que en campaña haya hecho un diagnóstico sectorial ni mucho menos que tenga fórmulas para conjurar los problemas en cada uno de ellos, sus programas son etéreos para facilitar los esguinces en la contratación. Que me diga cualquier mandatario en qué porcentaje disminuye la mortalidad infantil cuando incrementamos 1% los gastos en salud (estudio de elasticidades).

Les cuento que en todos los indicadores el Cesar y Valledupar andan muy mal. En competitividad, que es un rasero totalizador para mirarnos y compararnos, en 2017, el Cesar quedó ubicado en el puesto 20 con 4.14/10 puntos y Valledupar en el 16 con 4.28/10 puntos. Ambos rajados. Pero al desglosar en los tres factores con sus 26 variables y 86 indicadores que incluye este indicador, podemos ver cuáles son las variables críticas. Es difícil mostrar esto en un artículo pero en educación superior y capacitación, entre 26, el Cesar ocupó el puesto 23 con 2.44/10 puntos y Valledupar el 21 con 1.67/10 puntos. Competimos, en todo, con los antiguos territorios nacionales. ¿Qué se hicieron las regalías? Les recuerdo, no solo de parques vive la juventud, sino también de pan, estudio y empleo.

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