“Quiero robarles minutos a las horas para que mis padres nunca se me pongan viejos”. Un verso inmortal del poeta cantor Rosendo Romero, y desde que lo escuché es una página abierta en la memoria. Cuando los seres pasan de cincuenta años, empieza a rondar en sus pensamientos el temor a la vejez; esa etapa en que las células del cuerpo se regeneran más lentamente y aparecen las arrugas en la piel, los cabellos blancos, la reducción de la masa corporal, y las funciones del sistema nervioso para procesar las informaciones pueden verse alteradas o disminuidas.
Los cambios más visibles de la vejez son los fisiológicos; pero, además, disminuye la masa ósea, lo que implica una predisposición a la osteoporosis y las fracturas. La falta de actividad laboral, obliga a que los adultos mayores necesiten de actividad física y mental para evitar que el deterioro cognitivo leve se convierta en demencia senil. Sin embargo, la vejez no necesariamente tiene que ser un período donde primen las enfermedades o los problemas de salud; por el contrario, es una etapa donde existe mucha más libertad debido a que la persona si alcanzó la categoría de pensionado, ya no tiene que cumplir las exigencias del horario.
Una de las terapias para alejar el sedentarismo de la vejez es el deporte y las caminatas, y para el bienestar de la salud debe alejarse de los excesos de las comidas, los licores y cigarrillos. La entropía del metabolismo es el resultado de los excesos y los malos hábitos. Los amigos caminantes de alboradas mayores de sesenta evocamos al poeta Rubén Darío: “juventud divino tesoro, te vas para no volver”. Y hablamos de la cultura de cada uno de nuestros pueblos, de música, de deportes y de variados temas edificantes de la dignidad humana. Entre estos temas, la tolerancia ese puente de aceptación de respeto y convivencia de saber escuchar y aceptar a los demás, de valorar las distintas formas de entender y posicionarse en la vida, siempre que no atenten contra los derechos fundamentales de la persona. La tolerancia es una actitud de aprobación del pluralismo y del lenguaje que invite a la armonía del diálogo y a la sustentación formal de las opiniones.
Como en los caminantes de la alborada hay expertos en diferentes profesiones, también hablamos de educación. El profesor matemático y doctor en Estadística, Humberto Barrios, nos comparte este ejercicio numérico, muy oportuno en esta temporada inicial del calendario escolar: “Cuando murió Abel Antonio Villa dejó 17 acordeones y escribió en su testamento para mis tres hijos mayores que tocan acordeón: al primero le dan ½ de los acordeones, al segundo 1/3, y al tercero 1/9. De hecho, un problema mayúsculo, la mitad de 17 es 8. 5, y había que partir un acordeón. Dicen que la noticia llegó a oídos de Alfredo Gutiérrez en Barranquilla, el reconocido tres veces rey del Festival vallenato, y como era su gran amigo, no dudó en ir a Pivijay a resolver el problema, y se llevó un acordeón de los suyos. Reunió a los tres hijos, y les dijo traigan sus 17 acordeones y yo le presto el mío, y en total son 18. Ahora, sí: Abelito, tú que eres el mayor, ½ de 18 es 9, toma 9 acordeones. Pedro, el 1/3, de 18, es 6, toma 6. Y Toño, el 1/9 de 18 es 2, toma 2 acordeones. En total, 9+6+2= 17, se ha cumplido la voluntad de tu padre, yo tomó mi acordeón y me regreso para Barranquilla”. Y como diría Cantinflas, ¿Dónde está el detalle del ejercicio?