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Cambio justo, ¿para cuándo?

Desde hace muchos años gran parte de los colombianos se han dedicado a la búsqueda de un mejor país. Lo cual es una obligación porque la Constitución Política de Colombia de 1991, precisamente instituida para el logro de un mejor país, en su artículo 22, dispone que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. A propósito, no cabe ninguna duda de que tendríamos un mejor país, si lo cohabitáramos en paz.

Por los diferentes medios de comunicación muy a menudo se emiten reflexiones incitadoras de la búsqueda del bienestar general, las cuales generan resonancias de aplausos multitudinarios, desafortudamente, la mayoría de tales muchedumbres de aplaudidores, pocas veces o nunca practican las reflexiones que escuchan o leen y lo peor es que mucha de tal gente las predican hipócritamente sin titubeo ni rubor en sus rostros y tampoco contrición, porque tal vez nacieron sin almas, ya que en Colombia  pulula la gente pechugona.

En Colombia no se ha logrado un cambio justo, debido a que siempre ha habido mucha gente pechugona y, desdichadamente, a la mayoría de la gente que le gusta vivir a costa de los demás son proclives a ser políticos, que en nuestro país es sinónimo de politiquería y, por ende, componente de la cultura social colombiana.

Personalmente, siempre he sido antagonista de la politiquería, asimismo hay muchísimos en Colombia y en todo el mundo; es decir, entendemos y creemos que la política es para trabajar por el bienestar colectivo. La búsqueda de beneficios a través de la política solo para uno mismo, familiares y copartidarios nunca lo he consentido.

Varias oportunidades me brindaron cuando ejercía mi profesión. La primera fue en la época que cumplía la medicatura rural como servicio social obligatorio, los jefes del movimiento político, Mayorías Liberales (Pepe Castro, Edgardo Pupo y Armando Maestre Pavajeau), me ofrecieron encabezar lista como candidato al Concejo del municipio de Valledupar, y a la vez como 4° o 5° en la lista (eran listas cerradas) como aspirante a la Asamblea Departamental. Entonces se podía aspirar a las dos entidades y el antedicho movimiento político sacaba mínimo la mitad de las curules en ambas. Me inscribieron y cuando comencé a hacer política me tocaba atender medicamente a los militantes, también a presuntos militantes (y a sus familiares), eran largas colas de enfermos, a las cuales se les regalaba la medicina y solo se les repartía aspirina y metronidazol o algunos otros medicamentos de muestras médicas. 

En vista de que no tenía tiempo para hacer una buena atención médica, recapacité y me cuestioné: o me convierto en un politiquero o ejerzo debidamente mi profesión. Opté por lo último y previa aclaración a los tres jefes políticos renuncié a las candidaturas, uno de ellos reprobó mi decisión con el argumento de que aproveché la publicidad política pagada por el susodicho movimiento político, para darme a conocer. Me limité a darles mis agradecimientos por la experiencia obtenida.

Para otra ocasión queda pendiente la narración de otros episodios similares que nutrieron mi experiencia en el ámbito político.                    

Por José Romero Churio

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