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Cambio de mentalidad

El potencial que existe en esta región es enorme pero no nos lo creemos. El talento que existe en esta zona del país es gigante pero tampoco reconocemos que sea así. Definitivamente el reto es creer en nosotros mismos y en lo que tenemos y podemos lograr. Esa es la única manera de crecer…

Recuerdo que hace 3 años cuando llegamos a vivir a Valledupar sufrimos mucho porque los señores de la empresa de cable no nos cumplían las citas, los del internet tampoco, los que nos instalaría los aires acondicionados menos. No nos cumplían las citas que ellos mismos habían puesto. Y cuando compartíamos este desespero con nuestros amigos siempre recibíamos un lapidario: “Bienvenidos a Valledupar”.

Pasado un tiempo y ya enamorados de esta tierra, en varias reuniones fui enfático en proscribir esas palabras. Fui claro en que nunca más quería volver a escucharlas, nunca más quería que alguien de aquí me las dijera. Aunque la frase es chistosa, curiosa, su sentido está cargado de conformismo, de un “le aconsejo que aguante y se prepare porque aquí las cosas son así”. Y por mi manera de ser, por cómo veo la vida, siempre me negué a aceptar tal realidad. Cuando esa frase se dice el mensaje es “acepte esto y como callado”.

Somos capaces de mucho pero hacemos poco. Podemos llegar muy lejos pero no nos exigimos al máximo sino al mínimo. Podemos hacer grandes obras y embellecer la ciudad pero no cuidamos nada de eso. Vemos cómo la corrupción marca directamente nuestro destino y seguimos eligiendo a los mismos responsables de dilapidar el erario. Vacunamos primero a la farándula local que a los adultos mayores. Vemos el semáforo que va a cambiar de amarillo a rojo y aceleramos a pesar de tener a nuestros hijos dentro del carro. Montamos en moto sin usar el casco y sin prender las luces. Eso somos, eso hacemos y así vivimos.

Qué tal que pudiéramos hacer un pacto de ciudad, de región, de país para juntos trabajar arduamente por cambiar esas prácticas que nos tienen fregados. Qué tal si empezamos a hablar con nuestros hijos de responsabilidad, de cumplimiento, de compromiso, qué tal si dejamos de aplicar la doble moral cuando exigimos que todo el peso de la justicia caiga sobre los hijos de otros pero cuando es el mío el culpable hacemos todo para que la justicia mire para otro lado. Ya no más. No sigamos alimentando esta estructura social que se limita a mostrar y a alabar al que más tiene, sin importante cómo lo obtuvo, en vez de admirar al que trabaja, al que estudia, al que hace las cosas correctamente, al que actúa como un “buen padre de familia”. ¿Se imaginan una Colombia, un Cesar y una Valledupar así?

Podemos hacerlo, podemos lograrlo pero debe haber compromiso y renuncia expresa a todo eso que sabemos que es molesto pero que no nos atrevemos a enfrentar. Empecemos por lo simple, por los detalles, por no decirle a nuestros hijos que contesten el teléfono y digan que no estamos cuando no es así. Respetemos el semáforo, no nos metamos en contravía por más afán que tengamos. Esperemos pacientemente nuestro turno y no maltratemos al que nos pudo atender mejor, él puede estar pasando un muy mal día.

La empatía es el medio adecuado para llegar a estas conquistas sociales. Ponerse en los zapatos del otro, literalmente, nos lleva a descubrir lo que las demás personas sienten y sufren por cada cosa que hacemos o dejamos de hacer. La empatía permite que abandone la creencia del “yo primero, yo segundo y yo tercero”, por el “yo hago parte de un conglomerado al que respeto y al que defiendo”.

Hoy les propongo que vivamos de otra manera, que hagamos las cosas de otra manera, que pensemos más en sociedad que en lo particular. Que los verdaderos intereses que nos muevan sean los de la construcción de una ciudadanía responsable, decente, que nos permita soñar con un futuro muy diferente. Hablar de un futuro mejor para nuestros hijos pero también para nosotros. Nos lo merecemos, hagámoslo juntos. Construyamos un acuerdo ético que nos permita disfrutar la vida con total tranquilidad porque hemos hecho lo correcto y porque hemos tenido al otro en cuenta, porque hemos respetado a los demás.

Mientras tanto: felicitaciones a Monseñor Oscar Vélez Isaza y a la Catedral del Ecce Homo por las nuevas salas de velación ubicadas allí. Amplias, bien diseñadas, decoradas con muy buen gusto. Hacían falta en la ciudad, en buena hora se hicieron. Cuidémoslas…

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Jorge Eduardo Ávila: