He vuelto a USA, de vacaciones, un país de grandes superficies físicas, y amplias superficies comerciales, múltiple y plural, igualitario, liberal y progresista, individualmente quizá demasiado independiente, donde la gran mayoría de sus habitantes vive bien, y sospecho que no lo mortifica la muerte.
No en vano ha sido históricamente refugio de grandes pensadores.
En el Estado de La Florida, condado de Orlando, población de Titusville situada al lado oeste del ancho estuario formado por el río Indio al llegar a su desembocadura en el mar Atlántico, desde el hotel Coutyard, yo y mi grupo familiar, Josefina, Margarita; Ramses padre, Ramses hijo, Carolina, los hijos de estos, Antonio y Emilio, nuestros gratos anfitriones, con enorme expectativa y entusiasmo aguardábamos el lanzamiento del cohete que se elevaría hacia el cielo a buscar la Estación Espacial puesta a navegar por los lares del universo circular hace algún tiempo por la República de Turquía, y seguramente allí encontrará su reposo porque así es la la ciencia adquirida y la tecnología conseguida por un superestado superdesarrollado como es el de los Estados Unidos de Norteamérica, padres y madres de la tecnología moderna aplicada no con la imprecisión con que se suele usar por los países subdesarrollados, consumistas inadecuados, a los que yo me refería en alguna columna anterior, tratando de hacernos consciente de que de esa tecnología moderna no somos más que unos usuarios modernos torpes.
El cohete despegó de la madre tierra, luminoso y ruidoso como un titán mitológico, pasmándonos de admiración a los muchos curiosos que allí nos remolinábamos y aplaudíamos.
Qué país esté tan potente y tan listo, y envidiado por muchos o tal vez tan sólo por algunos, menos por el líder del comunismo ruso, Michael Gorvachov, quién cuando gobernaba el imperio de la Unión Soviética y fue invitado como jefe de Estado a los Estados Unidos de Norteamérica, y entrado en un ascensor y subido en un instante desde el primer piso a un X piso muy elevado, experiencia desconocida para él en su país, enseguida puso de presente su admiración por el que estaba visitando, y con la misma velocidad de su recordado ascensor comenzó a poner en práctica en el suyo los cambios revolucionarios políticos, económicos, científicos, técnicos y tecnológicos que, evidentemente, revirtieron la vida monótona y gris de aquella potencia de hierro y de guerra. Y adiós comunismo, el que de vez en cuando retoña en la mente de alguien tercermundista.
Nuestros líderes, hasta los más encumbrados deberían sincerarse y poner en práctica, en los suyos, del mundo desarrollado, sus políticas estatales, a fin de redimirlos de tantas necesidades materiales y espirituales, y tanto populismo para engañar incautos, pues como estamos no saldremos de nuestra mediocridad, dicho en todos los sentidos de la vida. Ver en el exterior desarrollado las comodidades materiales de todo orden, principiando por sus magníficas vías de comunicación terrestre sin hablar de las aéreas, como consecuencia de su eficiente modernidad. A menos que, con malicia, se nos quiera mantener atrasados, siempre a merced de un nuevo redentor.
Por: Rodrigo López Barros.