Los hurtos juveniles jamás realizados cobran su cuota de existencia a través de este delito cometido. En su actual estado de materia transformada Papá Toño, su anterior dueño, estará celebrando la hazaña que condujo a buen término a quien fue su compañera de trabajo y de placer. Me pongo a pensar en la cantidad de cosas que aterrizaron desde su mente y me avasallan imágenes de diligencias judiciales, revueltas con caras de familiares y amigos que igual que él se expandieron hacia el infinito, dejándonos como recuerdo de su tránsito anécdotas y objetos que nos revelan el encanto de su alma.
Yacía en la oscuridad de una de las habitaciones familiares cuando alguien, cuyo nombre no revelaré para proteger su identidad pero que sabe de mi devoción por la estética mecanográfica, realizó su hallazgo. La máquina de escribir permaneció intacta a pesar del desuso de más de veinte años, como dentro de un sarcófago, hasta ser desencriptada con la excusa de un necesario mantenimiento general.
Papá Toño fue amigo de mi familia desde mis abuelos. Abogado de profesión, dedicaba las horas que la pensión le dejaba libres a la lectura; era un excéntrico ensimismado en su biblioteca, en donde permanecía la mayor parte del tiempo en medio de la elegancia que regía sus modales e indumentaria; un personaje caracterizado por su devoción por lo filosófico y lo intelectual, quien no dejó de alentarme a escribir, hablando él directamente con mi papá y recomendándole que me apoyara en mis pretensiones cuando le mostré un montoncito de precarios poemas seudo religiosos que recién había escrito.
Famoso entre sus nietos por sus elocuentes discursos, ininteligibles para sus mentes de infantes incultos, era una base de datos, frases y referencias en general, pero sobre todo de cultura antigua, romana y griega.
Todo de ella me encanta, pero su casi desinterés total por la vanidad, sumado a su eficiencia y longevidad, son atributos definitivos para mi devoción frenética por este artefacto del pasado que no tiene necesidad de falsos abolengos de antigüedad ni de materiales forjados para generar mi fervor: plástico, aluminio y caucho, ensamblados hasta armar el rompecabezas. Me imagino las manos que hicieron esta máquina en particular, la nobleza de quienes realizaron para el anonimato esta obra perfecta: Brother express. Ensamblada, etiquetada, embalada y enviada desde Estados Unidos hasta Colombia, La Guajira, Villanueva, a la calle diez con carrera nueve a, a mediados de los años ochenta. Y ahora mía, días antes de la llegada del diciembre del año dos mil catorce, mientras una brisa fría venida del polo norte sopla sobre mi cabeza, me despeina y deshoja árboles, desatando emociones, tristes y alegres, típicas de temporada.