Esta nota que recojo complacido y que comparto con mis lectores de manera especial, es de una gran amiga puertorriqueña y dice así: “Recuerdo que, en una tarde de mi niñez, estando en la sala de mi casa, sin ideas de diversión, solo descanso, mi padre encendió un pequeño televisor. La magia vallenata había comenzado y desde aquel día que era casi noche, empezaría mi deseo de visitar Valledupar.
“Oye morenita, te vas a quedar muy sola, porque anoche dijo el radio, que abrieron el Liceo, como es estudiante ya se va Escalona, pero de recuerdo te deja un paseo…”. Había un sombrero que flotaba río abajo y todos estábamos embelesados con los paisajes.
Fue gracias a la telenovela Escalona que conocí a Carlos Vives, a Rafael Calixto Escalona Martínez, Jaime Molina y a tantas figuras que hoy considero como míticas en nuestra cultura caribeña.
El don de gente, las letras de las canciones: pura poesía y el rostro encendido de mi padre poeta, Héctor Antonio Cruz Mendoza, me llevaron a concluir que amaba esa combinación de sonidos de acordeón, de caja y de guacharaca; que adoraba respirar los cuatro aires de paseos, sones, puyas y merengues, que más tarde cantaría y analizaría con la manía de los estudios literarios.
Puerto Rico, nación antillana, profundamente caribeña, pero con una poderosa frontera anglosajona debido a su condición colonial, en ocasiones ha sido alejada de la conciencia caribe y creo que el vallenato, las historias que cuenta, su ritmo, sus escenarios, ha sido uno de mis asideros para perseguir esa identidad que han intentado robarnos. Mi fascinación por esta música puede compararse con unos versos de Amor Sensible, de Freddy Molina Daza: “cuando el Guatapurí se crece, al sentir mi pasión se calma”.
En el año 2019, en Cartagena de Indias, conocí al escritor codacense Nidio Quiroz Valle y lo primero que le pregunté fue si vivía cerca de Valledupar. Para mi sorpresa, su respuesta fue que sí y de ahí en adelante, se acrecentaron mis ilusiones de poder visitar el valle. Años después, aquí está mi humilde alabanza.
Fui invitada al V Festival Internacional de Poesía y Encuentro Nacional de Declamadores Clemencia Tariffa (2022) y pude pisar el valle, conocer el bello municipio de Agustín Codazzi, ofrecer una conferencia en la Universidad del Área Andina, recorrer la plaza Alfonso López, admirar la belleza de la Sirena del Guatapurí en una noche lluviosa, fotografiarme en el mágico palo de mango y conocer seres especiales como los poetas Eduardo Santos Ortega, Martha Navarro Bentham y otros queridos amigos que fueron parte de esa aventura.
Mi acompañante, mi “manager en la tierra y en el aire”, la profesora y crítica literaria Carol June Rodríguez, no conocía la cultura vallenata, pero al final de nuestra estadía, se llevó varios discos con clásicos, así que, también quedó prendada.
El vallenato es felicidad, es parranda eterna, es emoción, es fuerza desde lo profundo, como las letras de Gabriel García Márquez; arrojo y hermosura, como lo fue Consuelo Araújo y tantas mujeres que han sido protagonistas de cantos y gestas.
Sigan custodiando mi corazón, pues lo dejé en el valle, para que en alguna “mañanita de invierno”, la sirena me invoque y broten flores amarillas en todos los cañaguates. ¡Viva el Valle!
Lucía Margarita Cruz Rivera, una boricua vallenata. Salinas, Puerto Rico 2023”. ¡Y que viva Puerto Rico! Sólo Eso.
Por Eduardo Santos Ortega Vergara