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Bemoles de una leyenda

Por: Raúl Bermúdez Márquez

Alguna vez escuché a un historiador decir que una diferencia notable entre el coloniaje Español en Iberoamérica y el inglés en Norteamérica es que mientras los primeros sometían al indígena a través de diversos medios, (clasistas, como el esclavismo;  ideológicos como la religión; superioridad militar, por el uso del caballo, la lanza y la pólvora, entre los más extendidos), los segundos los aniquilaban.

Y para la muestra, el mapa étnico actual: mientras en Suramérica existen países como Bolivia y Perú donde la población aborigen es mayoría, en los Estados Unidos se cuentan con los dedos de la mano las regiones donde aún existen algunos reductos indígenas, porque los que lograron escapar a la barbarie conquistadora, fueron exterminados en su mayoría después por la tristemente célebre “conquista del oeste” a cargo de los pistoleros profesionales que sirvieron de avanzada a los granjeros y colonos que se tomaron a la fuerza los territorios indígenas. Las famosas películas del oeste, no eran más que la justificación injustificable del despojo que sufrieron los “malos indígenas que se oponían al progreso”  a manos de los “buenos hombres blancos que sentaron las bases del desarrollo de la futura gran potencia mundial”.

Sin embargo, en Iberoamérica también existieron tribus que prefirieron luchar hasta la extinción total antes que someterse a los dictados del invasor. Por ejemplo, los incas en el Perú, los Tupes en la región Caribe. En cuanto a estos últimos, cuenta la leyenda que durante el período colonial, dos grandes tribus aborígenes, los Tupes y los Chimilas se rebelaron contra los españoles luego de que Francisca, una sirvienta nativa, fuera azotada públicamente por su patrón. Un indígena que presenció esto les contó a los caciques de las tribus lo que había pasado. Ellos organizaron un ataque sorpresivo y destruyeron gran parte de la ciudad. Pero lo fantástico pasó cuando los indígenas, conscientes de la funesta labor de la iglesia católica en pro del despojo y la opresión de los nativos, decidieron destruir también el Templo de Santo Domingo.

Según la leyenda, la Virgen del Rosario apareció y con su manto bloqueó los disparos de las flechas, evitando que los aborígenes cumplieran su cometido. Estos, asustados, escaparon hacia la Sierra Nevada y para evitar que los siguieran los españoles envenenaron el agua de un lago que ellos llamaban Sicarare. Esto causó la muerte de los invasores que los perseguían, pero nuevamente apareció la Virgen y tocando cada uno de los cuerpos los fue reviviendo. Al presenciar el milagro, los aborígenes decidieron rendirse y convertirse a la fe cristiana.

A este adefesio histórico es lo que se ha denominado “Leyenda Vallenata” y se celebra cada 29 de abril. Desde que tengo uso de razón, siempre me he preguntado: ¿Por qué celebramos un acontecimiento que para la dignidad nacional constituye un atropello? ¿Por qué se pone a la virgen del Rosario –evento que no creo- a aparecerse para meter su mano a favor de los agresores? Lo extraño del caso, es que a pesar de que la iglesia ha hecho muchas rectificaciones históricas como aquella que le tocó hacer por promover la quema de seres humanos en la hoguera en la época de la inquisición, todavía no le he escuchado a clérigo alguno pedir perdón por haber servido de instrumento ideológico durante la época de la colonia para que los ex – presidiarios que acompañaron a Colón en su aventura, pudieran asesinar y despojar de sus tierras y recursos minerales, como el oro, al aborigen amerindio.

A seguir participando constructivamente de un evento folclórico que busca preservar las raíces de un género musical rico y popular como es el Vallenato tradicional, pero sin seguir atado a las cadenas ideológicas que durante cuatro siglos los españoles utilizaron para facilitar su labor de saqueo, opresión y sometimiento a las comunidades ancestrales. raubermar@yahoo.com

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