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Bajo la lluvia

MISCELÁNEA

Por: Luis Augusto González Pimienta

Las fuerzas de la naturaleza son indomables. Sus formas, inextricables. Por más que el hombre porfíe, siempre termina cediendo ante su demoledor empuje. Cuando la Naturaleza manifiesta su ímpetu, el hombre recuerda su minúscula presencia en el universo.

Estas reflexiones que antaño fueron motivo de encendidas discusiones permanecen olvidadas en el cuarto de Sanalejo. Resurgen de tiempo en tiempo  con ocasión de la llegada de las lluvias, como en el mes que corre que para cumplir el refrán de “abril lluvias mil” se dan muy fuertes precipitaciones.

Las recientes inundaciones en Río de Janeiro o en Cali que incluyen cuantiosas pérdidas económicas y de vidas, son una expresión incontrastable del poderío de la Naturaleza y un recordatorio de la pequeñez del ser humano que con todo su conocimiento no puede controlar sus arremetidas.

En nuestro medio es constante la queja de los campesinos porque no llueve. Esta zona, eminentemente agrícola y pecuaria, en donde nos apegamos a lo que venga del cielo en vez de servirnos de los accidentes geográficos para proveernos del líquido, es pródiga en invocaciones de fieles y paganos. Año tras año la sequía es mayor. Las súplicas van en aumento, aunque ya no sacan al Ecce Homo en procesión como en tiempos pasados.

De vez en cuando, la Naturaleza nos hace sentir su soberana presencia y desgaja un diluvial aguacero, recibido con alborozo. Esa alegría es momentánea. Bien pronto reconocemos que la anhelada lluvia nos trae nuevos sinsabores. Por regla general se suspende el servicio de agua, pues es necesario cerrar las compuertas del acueducto para evitar el paso de toda clase de materiales indeseables, arrastrados por la creciente.

El rebosamiento de las calles impide transitar por lo menos por un par de horas. Si el aguacero es con tormenta eléctrica se va la luz y se producen daños en los electrodomésticos. Se suspende la señal de la televisión satelital, y aparece en pantalla un inoficioso mensaje que anuncia la suspensión temporal del servicio, como si no nos hubiéramos percatado de ello. Se “infartan” (¿cómo?) las líneas telefónicas. Y no llega oportunamente el periódico, dado que su repartición se hace en vehículos descapotados.

Todos estos contratiempos sirven a su vez para dar ocupación a otras personas a quienes es preciso recurrir ante la emergencia: socorristas, bomberos, transportadores, fontaneros y electricistas. La Naturaleza no hace nada en vano, así sea en desmedro de las comodidades de algunos, o de muchos.

Los cálculos que hacen los especialistas en tempestades y los datos estadísticos que manejan respecto de la ocurrencia de muertes por causa del invierno, sirven poco cuando la Naturaleza se empecina en reafirmar su poder. Para magnificar el imperio de la Naturaleza decía un autor alemán, que si ella tuviera tantas leyes como el Estado, ni Dios podría regirla.

Lo que si queda claro, en presencia de lluvias tempestuosas que incluyen rayos asesinos, es que el riesgo que supone una tormenta en descampado le ha restado romanticismo y goce al acto de brincar y cantar bajo la lluvia.

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