La vida sigue siendo una casualidad y una permanente discusión entre científicos evolucionistas y religiosos con visiones distintas. Por lógica la ciencia demuestra, mientras la religión tiene unas explicaciones algo abstractas y hasta divertidas, la costilla de Adán del cual viene la mujer, por ejemplo. Enero es mes de promesas y de libros que salen todos los días, desde los científicos, hasta los de superación personal con miles de miles de seguidores. Siempre me preguntan los jóvenes qué leer y cómo nos volvemos lectores.
No tengo la respuesta profesional del caso, pues cada momento es distinto, entonces les narro algo personal para entretenerlos un rato. Había una vez, en un pequeño pueblo del sur de La Guajira, un tío llamado Víctor Guerra, tenía muchos hijos, pero al llegar las vacaciones escolares tenían la obligación de llevar los libros y cuadernos usados para guardarlos en muchas cajas y en la parte superior de la casa, donde solo una escalera posibilitaba verlos. El año pasado Irene Vallejo publicó ‘El infinito en un Junco’ y cuenta que en la historia había reyes que con sus ejércitos buscaban libros por todos los lados para llevárselos al rey. Ese muchachito era casi yo.
Entonces, todas las tardes, cuando el sol se preparaba para esconderse entre los cerros, ese muchachito, subía por la escalera, apenas aprendiendo a leer para mirar los dibujos guardados, encontraba el mundo de la imaginación que desde entonces lo inspiró en las historias desconocidas de las viejas cartillas escolares. Historietas en un color indefinido que luego se llamó sepia, ahí comenzó un vicio. El vicio de los libros deberíamos tenerlos todos, casi como el de la cerveza y el café, es un viejo pacto. Pero la lectura engorda al cerebro, la cerveza a la barriga, entonces tome siempre la mejor opción.
Ya el vicio está tomado, así como los bailadores buscan parejas y música, los lectores buscamos libros y colecciones. En Valledupar, la ciudad donde he vivido desde pequeño, existía una bonita biblioteca pública en la Casa de la Cultura local, dos mujeres encargadas de su asistencia y guía; en las mañanas una señorita lindísima, coqueta, pero rodeada de groserías y mala leche por todas partes, en las tardes una gordita gloriosa, sin pretensiones de reina, pero era el universo hecho persona para indicar los libros, las guías, las tareas y de ñapa te regalaba la mejor de las sonrisas. ¡En esos tiempos todos elegíamos a la gordita!
Años después, aquel niñito, como decía Diomedes, encontró la señorita de las mañanas cuidando un parqueadero, ya sin belleza y coquetería, cosa que ha debido ser su puesto desde el principio, fue su castigo. la gordita de la tarde aún andamos buscando para darle el más grande de los abrazos. La primera mandó a una generación sin rumbo a la calle, la segunda sembró lectores por montones y por supuesto mejores personas en la vida.
No hay que ser tragalibros las 24 horas, ni el tiempo ni la plata te alcanza, pero al menos puedes visitar la Biblioteca Departamental del Cesar Rafael Carrillo, donde existe una buena obra para consultar y la sede del Banco de la República que tiene todo el poderío cultural, tanto en libros como en conferencias de todo tipo. Esta pequeña historia, para concluir que los columnistas de este diario también reproducen y recomiendan textos de gran altura, desde el médico Romero Churio, el poeta Eduardo Santos Vergara, José Aponte Martínez y Oscar Martínez Ortiz, reconocido periodista y director actual de noticias de este diario. A propósito, Las Leyes de la naturaleza Humana de Robert Greene nos puede ayudar en estos tiempos convulsos entre guerra de Ucrania, amagos de golpe en Brasil y Paz Total en nuestro territorio. Los libros nos hacen libres, o al menos eso nos hacen creer. @edgardomendozag.
Por Edgardo Mendoza Guerra – Tiro de Chorro