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Azul bajo la luna

Es un niño arisco, taciturno, agobiado. Vive en Miami, retirado de las playas glamurosas, las patinadoras en bikini, las mansiones de los famosos y los lujosos centros comerciales.

Su universo o más bien su infierno es Liberty City, uno de los barrios más necesitados y violentos de EE.UU. La apatía de su madre, la ausencia de su padre y el bullying de sus contemporáneos, lo convierten en un extraño que busca con afán respuestas. Ahí va con angustia, no entiende su atmosfera ni sabe quién es. Aunque Blue, Teresa y Kevin se atreven a ofrecerle una mano amiga, no deja de llorar en silencio mientras su desilusión sigue avanzando.

Ahora sus problemas crecen al igual que su cuerpo. Entra a la adolescencia en medio de la incertidumbre, sin un rumbo fijo. Su nobleza resulta ensombrecida por el coraje, la mayoría de sus compañeros del colegio lo humillan y su madre se transforma en una adicta al crack que anda por el laberinto de la locura. Conoce la marihuana al mismo tiempo que conoce el amor. Kevin lo conduce hacia el cariño y el placer: a orillas del mar y bajo el resplandor de la luna, se acarician los rostros azules, se besan y se masturban. Entonces él comprende que no lo rechazan por negro y pobre, finalmente quienes lo rodean también son así: negros y pobres. Sí, vislumbra que lo aplastan por marica, así que toma justicia por su propia cuenta.

Llega a la adultez atormentado por el aislamiento, el crimen y las pesadillas sobre sus prejuicios. Vive en Atlanta, luce fornido, viste como un cantante de rap y se ha convertido en un jefe traficante de drogas: lleva una vida parecida a la de su amigo Blue. Su madre está en un centro de rehabilitación, la consume su pasado de locura, vicio y desgano como progenitora. Después de varios años sin verlo, él se rencuentra con el amor, con el único hombre que lo ha tocado. Ahí queda entre los brazos de Kevin, el arrebato de la ternura termina venciendo a la mezquindad, termina demostrando que el aborrecimiento y el menoscabo no son imbatibles.

Se trata de Chiron, el personaje central del filme Luz de luna, que hace dos semanas ganó tres Óscar: Mejor Actor de Reparto (Mahershala Ali por el papel de Blue), Mejor Guión Adaptado y Mejor Película. Es una historia inspirada en la obra teatral A la luz de la luna los niños negros se ven azules de Tarell Alvin McCraney, a la que el director Barry Jenkins agregó ciertas experiencias personales. El relato tiene tres partes: la infancia, la juventud y la adultez de Chiron. Se narran 16 años de la vida de un ser humano incomprendido y relegado que al final se tropieza con algo de felicidad.

Luz de luna tiene unas actuaciones conmovedores, una fotografía diáfana, una música triste que hace más verosímiles las escenas y unos diálogos intensos, mordaces y reales. Es una película lenta pero nunca pierde aquello que Cortázar llamaba en el cuento: la tensión. Aunque retrata de una manera sencilla la sufrida vida de Chiron, refiere temas universales que pueden llegar a afectar a cualquier persona del planeta: el racismo, los problemas de identidad, la descomposición de la familia, los perjuicios de la sexualidad, la amargura y el alivio de amar. Conduce a reflexionar sobre la condición humana y el peligro de ser diferente en un mundo atiborrado de intolerancia y violencia.

Chiron es un héroe silencioso que representa la victoria final del amor sobre los temores y la soledad. Aunque la delincuencia persiste en su vida, su principal atributo es que nunca pierde la capacidad de perdonar y recomenzar. Luz de luna no cuenta una simple historia de pobres, negros y homosexuales, sino que plantea unos cuestionamientos sobre la esencia y la conducta humana, sobre la sociedad del odio. Sí, sí, cuando los productores de La La Land recibieron el Óscar a Mejor Película se cometió un error, un error de la justicia que enseguida se resarció.

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Carlos Cesar Silva: