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Avancemos hacia la madurez

“Por tanto, dejando las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez…”. Hebreos 6,1(LBLA).

El autor de la carta insta a sus lectores a avanzar hacia la madurez con una actitud deliberada y sostenida. Aquí no está hablando de entusiasmos pasajeros, sino de disciplinas cuidadosamente cultivadas. 

En infinidad de oportunidades se presentarán circunstancias que nos invitan a abandonar esas disciplinas de crecimiento sostenido; pero, la persona que desea ardientemente la madurez no escuchará razonamientos ni argumentos, ni tampoco conocerá la fatiga y el cansancio en la búsqueda de una relación íntima y profunda con Dios, que le permita crecer como persona y alcanzar aceptables niveles de madurez en todo lo que hace. 

Amados amigos: ¡Debemos proponernos deliberadamente avanzar! Con la ayuda de Dios lo podremos lograr. Uno de los principales males que nos generan preocupación es observar a personas talentosas con todas las condiciones para triunfar y ser relevantes en el medio en el que se desenvuelven, pero detenidas en su proceso de crecimiento. La evidencia, también en la Epístola a los Hebreos, demuestra que con el paso del tiempo nos hacemos tardos para oír y seguimos necesitando el alimento que es propio para los infantes y no para los adultos.

El concepto de avanzar hacia la madurez es difícil de entender porque en el mundo de las cosas físicas, el crecimiento es un proceso que ocurre de manera natural, sin nuestra intervención. Salvo casos extremos, el cuerpo crece solo y alcanza la etapa de adultez sin ayuda. Por supuesto, que algunas disciplinas como la dieta, ejercicio, descanso y vida saludable contribuyen a obtener mejores resultados de crecimiento; pero, aun sin ellas, el cuerpo igual madura.  

Sin embargo, en el mundo espiritual, una realidad diferente gobierna el proceso de crecimiento. Aquí no se alcanza el estado de adulto con el mero paso del tiempo. Sino que es consecuencia de un esfuerzo deliberado por cultivar una relación continua con aquel quien produce el crecimiento, Dios mismo. Sin este esfuerzo, guiado por la gracia y la bondad de Dios, las personas quedarán en un estado de raquitismo en donde no es posible ningún crecimiento y transformación.

En la vida, encontramos tantas personas entusiastas llenas de planes y proyectos que escasamente avanzan unos pocos pasos más allá de esa etapa inicial de fervor. También, el mundo empresarial desatinadamente premia con cargos de responsabilidad la experiencia basada en los años que se lleva haciendo la misma actividad, sin percatarse si esos años han producido un verdadero crecimiento como personas y como seres sociales inmersos en una realidad mayor que los arropa. 

Mi invitación hoy es a que no nos conformemos con el nivel de crecimiento que tenemos, sino que prosigamos hacia la madurez. Ampliemos el horizonte del conocimiento y crezcamos en todo en aquel, quien nos dio ejemplo de madurez: Jesucristo. Desarrollemos disciplinas espirituales que nos permitan crecer como personas y mantengamos un crecimiento galopante y sostenido que nos permita ser útiles a las sociedad. 

¡Si anhelamos grandes cambios, debemos hacer grandes cambios para crecer!

Un fuerte abrazo en Cristo.

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