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Autódromo vallenato

MISCELÁNEA

Por: Luis Augusto González Pimienta

El problema de la movilidad en Valledupar está llevando a la irracionalidad. Es inexplicable que una simple colisión entre un automóvil y una motocicleta termine con la vida de uno de los conductores involucrados. Se dirá que es la intolerancia en grado sumo, sí, pero el asunto es determinar qué la ocasiona y cómo se combate.

Quienes hemos tenido oportunidad de conducir automotores en otras ciudades colombianas o fuera del país, sabemos, sin hesitación alguna, que hacerlo en Valledupar es arriesgar la vida. Quien logre hacerlo sin perecer en el intento, queda automáticamente habilitado para manejar en cualquier lugar del mundo.

Aquí el caos es total. Vías angostas, bocacalles sin visibilidad, cruces peligrosos, semáforos no sincronizados y de efímera duración en luz verde, y hasta la exuberante vegetación de la cual nos sentimos orgullosos, pero que en algunas esquinas son verdaderos obstáculos para ver las señales de tránsito, conspiran contra el correcto y tranquilo discurrir por las calles.

Más determinante que lo anterior es la conducta de los choferes en nuestro medio, pues saliendo de aquí se saben comportar. Los conductores de carros, motos, bicicletas y vehículos de tracción animal parecieran estar en una batalla campal en la que se impone el más atrevido. Es la ley del más fuerte, como en el oeste norteamericano, con el agravante de que una cuestionable solidaridad de cuerpo induce a enfrentar en gavilla al contendor.

Con ocasión del pasado Festival Vallenato, los muchos turistas que vinieron en sus vehículos tuvieron que soportar la presión de las autoridades de tránsito que actuaron sin compasión con ellos, y las brutales embestidas de los choferes vallenatos, tanto de carros particulares como de servicio público. Un visitante me hizo la observación de que en Valledupar se excede constantemente el máximo de velocidad permitido, y por eso el alto índice de mortalidad en las colisiones, superior al de ciudades con mayor parque automotor. Es cierto, y agrego, no se respeta hora ni lugar. Los habitantes de los barrios residenciales no salen de su asombro por la manera en que han convertido sus vías en pista de competencia, en autódromos.

El exceso de velocidad es predicable de todos, carros particulares, taxis y motocicletas, siendo estas últimas las que con mayor frecuencia infringen la regla. Pero no hay excepciones. Si algún ciudadano decente conduce con toda la precaución y a la velocidad permitida es sobrepasado con ademanes intimidatorios e insultos verbales.

Detesto los resaltos y las tachuelas que suelen poner como reductores de velocidad, pero ante la actitud infractora de nuestros choferes habrá que valerse de ellos para lograr el fin perseguido. Pero además, va siendo hora de que nuestras autoridades -que ya tienen bastante trabajo- ensayen reglamentar unas rutas específicas para nuestros motociclistas como las que tenían las busetas, para despejar ciertos sectores críticos, y procedan a suspender la licencia de conducción a quienes se creen los Schumacher de Valledupar.

Estás son apenas unas medidas transitorias y a manera de paliativo mientras se logra poner en marcha el sistema integrado de transporte urbano y se da paso a la apertura de nuevas vías para la ciudad.

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