La violencia parece ser un signo originario de la existencia de la naturaleza material y de la naturaleza humana. Al respecto, consigno seguidamente dos ejemplos.
La primera violencia la ilustro recordando el dolor de parto que el satélite lunar le produjo a su madre tierra. Hace 4.000 millones de años, aproximadamente, un planeta de tamaño semejante al de Marte, arrebató violentamente un pedazo de nuestro planeta Tierra, y la polvareda diseminada por el espacio celeste fue recogida circularmente por nuestra gravitación galáctica hasta conformar la romántica luna.
La segunda violencia, la rememoro con el hecho criminoso de Caín contra su hermano Abel, quitándole su vida.
Desde la eternidad uno y otro tipo de violencia no ha cesado.
La historia sideral del universo; y la historia de la humanidad nos abruman señalándonos con el dedo índice una macabra violencia, contra nuestra propia especie, que, sin embargo, los esfuerzos civilizadores de las edades en vano han querido eliminar de la faz de la tierra.
Una de las penúltimas arremetidas violentas contra la vida humana la está cocinando en estos momentos la Corte Constitucional de Colombia contra la multitud de los infantes desesperados en los claustros maternos de la población nacional, decretando el aborto indiscriminadamente, liberado de causales y de tiempos. Le será muy fácil su cometido letal porque al respecto ella tiene precocidos sus propios precedentes funestos. Además, muchas cortes constitucionales en el mundo están empeñadas en sumarles a las guerras calientes y frías de los malvados sus propias masacres institucionales contra la población indefensa de los nasciturus.
Desgraciada humanidad la nuestra tan maltratada por sus propios sedicentes defensores constitucionales.
La violencia de la naturaleza, gran parte de ella, está fuera del control del hombre; en cambio, sí esperaríamos que lo estuviera el aspecto violento humano, que es un diabólico superviviente en contra de la ética de los valores, el principal de ellos: el amor a la vida.
El otro día, el connotado arquitecto Jaime Orozco Orozco, nos hizo llegar a un grupo de amigos, la siguiente carta del científico Albert Einstein a su hija Lieserl, que es la otra cara, luminosa, de la parte perversamente violenta del hombre. Por cuestión de restricción de espacio periodístico, sólo transcribo dos párrafos.
“… Para dar visibilidad al amor, he hecho una simple sustitución en mi ecuación más célebre. Si en lugar de E= mc2 aceptamos que la energía para sanar el mundo puede obtenerse a través del amor multiplicado por la velocidad de la luz al cuadrado, llegaremos a la conclusión de que el amor es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites…
Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, querida Lieserl, comprobaremos que el amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede, porque el amor es la quinta esencia de la vida… “
Nota reflexiva: los abortistas reniegan del amor; son cultores de la muerte.