Un grupo de ciudadanos valerosos de esta región iniciaron hace años la gesta de proponer la creación de un nuevo departamento en Colombia, llamado Sur Caribe, el cual incluiría 28 municipios pertenecientes a los departamentos de Bolívar, Cesar, Magdalena y Norte de Santander. Aguachica sería la capital de este departamento.
Esta iniciativa es impulsada por el abandono estatal y el atraso al que ha sido sometida esta región por muchos años, por lo que busca una distribución más eficiente de recursos y mejores condiciones de vida para los habitantes de estos territorios.
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El grito de independencia y el reclamo es justo, toda vez que estas regiones han sido excluidas permanentemente, debido a la distancia geográfica y a la desconsideración política de sus gobernantes.
Pero, hay algo que me preocupa y es nuestro grado de conciencia acerca de los problemas que afectan esta región y de nuestra madurez política para asumir el reto de ser capital de un nuevo departamento.
Durante años he percibido que el pensamiento y las causas políticas en Aguachica se han forjado alrededor de logros de corto plazo y a través de conquistas fáciles, en donde solo se busca satisfacer deseos personales y quien vaya en contra de esto, son considerados como potenciales enemigos.
El egoísmo, la desunión, la falta de sentido de pertenencia, el irrespeto y el interés particular, ha hecho que la participación en los asuntos políticos y públicos sea nulo, además que seamos presa fáciles para los intereses de otros grupos políticos del departamento del Cesar, quienes en cada elección buscan dividir para ganar todos los espacios de representación política.
La falta de madurez política nos ha llevado a no tener representatividad en los espacios a nivel departamental y Nacional, generando así una falta de autonomía del representante sobre el representado, es decir, no se establece una relación vinculante y determinante, del que vota sobre aquel al que se le otorga el poder.
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Entonces, se plantea una crisis no tanto en relación con el cuestionamiento de la gestión de los representantes políticos, sino la falta de una expresión autónoma de la ciudadanía por la vía de la participación política, a partir de la creación de un modelo de unidad y convergencia, en donde ganemos espacios de poder político con líderes que conozcan las realidades del territorio y reconozcan las necesidades ajenas, para así lograr exigir resultados.
Entonces, considero que la causa del abandono gubernamental sobre estos territorios, obedece a la falta de una representatividad política propia, generada ante todo por una crisis de madurez política, que nos ha quitado reconocimiento en dicho campo y nos ha cerrado todos los espacios para el avance hacia la transformación y la consolidación de un proyecto serio de ciudad región.
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Por eso, se debe repensar la forma y la manera de cómo llegar al poder, el cual no se adquiere tan solo por ser capital de un departamento, sino a través del voto.
Apostémosle a una alternativa de representatividad política que encarne el reclamo de esta sociedad de ser mal representada y olvidada, o de lo contrario seremos capital de un nuevo departamento con gobernador y diputados de otros municipios.
Invito a la reflexión, somos una tierra pujante, llena de riquezas, habitada por personas trabajadoras y resilientes, que merece muchísimo más de lo que ha recibido. Por eso, necesitamos líderes políticos que piensen en grande, con capacidad de gestión, que le apuesten al desarrollo a gran escala, pero sobre todo con madurez política para construir consensos con toda la sociedad y los diferentes sectores, logrando de esta manera una representatividad que le exija a la clase política vallenata abolir el centralismo y en su defecto quitar las divisiones geográficas, culturales y políticas que por años nos han mantenido divididos.
Es el momento de converger, estrechar lazos de cooperación y unir fronteras, ya es justo que se le dé la importancia a este territorio, para lo cual la ciudadanía debe jugar un papel importante, o de lo contrario seguiremos en el discurso de la queja y el reproche.
Por Víctor Leonardo Muñoz Pérez