No me considero un erudito de ningún género musical y mucho menos del vallenato. Sin embargo, como buen caribe, crecí oyendo canciones que aunque fuera un niño llegaban al alma, como bien puede decirse sobre algo que por su letra y sentimiento al transmitirse te marca para siempre.
Aprendí de memoria muchas canciones que aún sigo cantando e intentando esporádicamente interpretar rasgando mi guitarra, impregnando y ligando los acordes de esa misma emoción sentida desde el momento en que las escuché por primera vez. Versos que llegan al alma, relatos e historias vestidas de música que nos hacen cómplices de sus protagonistas. Poemas que sobreviven al embiste brutal de un reggaetón ahuevado que prefiere no eclosionar por completo para darse el lujo de seguir cautivando a una juventud indescifrable sobre gustos musicales.
Se ha dado este año inicio a otra versión del Festival de la leyenda vallenata y quizás sean pocos los ausentes sentimentales como en una ocasión manifestó el compositor Rafael Manjarrés y cuya canción ganadora en 1986 terminó convirtiéndose en el himno inmortal del festival sin proponérselo. Hoy los ausentes son por otras razones aunque estén en la ciudad, pero digamos que ese es otro tema. Lo cierto es que refiriéndonos al folclor como tal y en añoranza a ese vallenato al cual se le hace honor cada año hay mucho que decir.
Como decía, antes la poesía inmersa en la melodía vallenata se interpretaba y se cantaba. Los acordeones lloraban o reían de forma diferente, estirándose y encogiéndose en el pecho de aquel acordeonero que lograba una simbiosis con el instrumento, extendiendo en sus dedos talentosos como si fueran maravillosas varitas mágicas el embrujo cautivador que penetran a aquellos que lo oyen.
No puedo negar que alguno que otro todavía canta e interpreta el vallenato puro, aunque, tal vez, otros defiendan una evolución del mismo argumentando una vitalidad renovada acorde a la juventud que prefiere otro estilo que a la parranda en donde se desmigaja el tiempo en horas y horas de deleite musical y con absoluto placer para el alma.
Pero, también debemos aludir al nombre del festival más importante de Valledupar, la gran mayoría no tiene ni la más mínima idea sobre su origen, tejiéndose un debate para dar el nombre así finalmente, teniendo en cuenta el milagro de la Virgen nuestra señora del Rosario en 1580, donde una mujer que con solo un toque de su mano, revivía a los heridos atravesados por las flechas de los españoles.
Hoy en día, la leyenda de la Virgen ha sido desplazada por el festival vallenato, aunque ya poco se pueda repartir iguanas por cuestiones de protección como especie en vía de extinción.
Como toda leyenda, cuenta con un elemento de carácter sobrenatural, mágico o fantástico, con un personaje con poderes paranormales. Una narración que todavía se cuenta de generación en generación, y aunque no haya nada que compruebe que estas son reales es la fe la que mantiene viva la verdadera leyenda vallenata, la que ocurrió con ocasión a los eventos religiosos y no lo que la mayoría cree, en la que un hombre con su acordeón derrotó al diablo.
Las leyendas nacen a partir de eventos probablemente reales, o posibles que, con el pasar del tiempo, van mutando hasta adquirir contenido mágico o simbólico, y que al pasar de boca en boca se agregan nuevos elementos, es decir, son de creación colectiva, ya que cada narrador aporta algo a la historia, pero en este caso, refiriéndonos al festival, sucede lo contrario aunque se mantenga el nombre de leyenda, ésta se desdibuja con el transcurrir del tiempo así como la verdadera esencia y el aroma del vallenato que se pierde en el aire de las estrofas inentendibles de otros géneros o refiriéndonos de igual forma a la evolución del mismo que hoy se celebra.
No olvidemos las leyendas, pues hacen parte de nuestra cultura, de nuestra idiosincrasia y aunque Nuestra Señora del Rosario vaya desplazándose del recuerdo colectivo en nuestras nuevas generaciones, es por ella que se llama este evento “Festival de la Leyenda Vallenata”.