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Así vivimos en Valledupar. ¿Hasta cuándo?

Desde hace un tiempo y hasta hoy hemos insistido en el tema de la violencia en Valledupar, esa violencia que se da por los constantes robos a mano armada, asaltos a locales comerciales y tiendas; atracos, asesinatos y atentados infames que dejan un mal sabor en la comunidad.

La angustia nos cobija por todo lo que genera la inseguridad que estamos viviendo, ante la zozobra de ser robados por las motos fantasmas que aparecen y desaparecen de la nada. En el año 2016 iniciamos una campaña que llamamos “Que la violencia se vaya del Valle”, haciendo alusión a una canción de Gustavo Gutiérrez que en su tiempo imploraba “Que la violencia no nos llegue al Valle”, demasiado tarde ‘Tavo’.

El tema  es que llegó y lo más triste es que se quedó y reina campante por todos los escenarios de Valledupar, en todos los niveles; roban en el Novalito, igual en Arizona. Roban también en La Nevada y en el Kennedy; roban en todos los puntos cardinales, norte y sur; por un lado y por  otro. Es decir, convirtieron en zona roja a la ciudad completa. Nos tienen humillados, los señores delincuentes de las motos;  ya no andan con parrillero, cada delincuente en su moto aborda a las víctimas y los despojan de sus pertenencias, relojes, celulares, bolsos; en fin, lo que tengan a la mano. Y actúan de manera infame, intimidan con armas blancas o de fuego y agobian la tranquilidad de la comunidad ante la indefensión a la que estamos sometidos. No pasa nada, hay inoperancia total ante la inseguridad.

Escribo esta nota con impotencia y con dolor de vallenato y además con dolor de padre por ver como nuestros hijos van creciendo en espacios inseguros, abusados e intimidados por un grupo de degenerados que andan como Pedro por su casa.  Pues bien, les narro una historia que nunca más quiero vivir ni volver a contar con el protagonista que sea. Iniciando el día y la jornada laboral, mi hija mayor salió a la puerta de su casa esperando el transporte que le llevaría al trabajo. Junto con ella salió Juan Pablo, su hijo, un bebé de 15 meses que no quería desprenderse de su mamá.

Dos de estos personajes que andan por ahí, merodeando para ver dónde consiguen sus víctimas, la abordaron y mientras uno con revolver en mano le apuntaba a la carita del bebé y a ella le amenazaba gritándole que no hiciera que le diera un pepazo. Al bebé, por Dios, que desalmado y ruin este porquería de hombre. En la huida, a uno de los delincuentes se le cayó el botín, con parsimonia y como si nada pasara se bajó con toda tranquilidad de la moto, recogió “sus cosas” y se fue. Hasta ahí todo bien, cuesta decir todo bien; lo curioso es que todos coinciden en afirmar: “Gracias a Dios no pasó nada”, como si de verdad no pasara nada. Por Dios, contrario a eso, creo que sí pasó, y pasa; más allá de robarse un celular y de no hacerles daño físico.

La angustia de una madre viendo a su bebé amenazado por un desalmado de estos, apuntándole a la carita con un revolver, eso es cruel. Esto es para matar de angustia a cualquiera. Fueron segundos de total descontrol que hoy tienen a una joven madre sumida en un dolor profundo y un miedo indescriptible. Viendo como la muerte merodeaba por la puerta de su casa, en donde lo mínimo que se espera es que haya tranquilidad y sobre todo seguridad. Hoy sigue vigente la angustia general, Valledupar insegura, no es percepción. Pedimos a las autoridades que tomen control de la ciudad, mano dura con los bandidos señor Alcalde, es cierto que los buenos somos más, pero es justamente por ser buenos que no actuamos como ellos, los malos. El clamor continúa “Que la violencia se vaya del Valle” y podamos vivir en paz. Eso queremos. Sólo Eso.

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Eduardo Santos Ortega Vergara: