Varias décadas atrás, cuatro por lo menos, escuché en algún corrillo festivalero un cuento medio reforzado sobre la llegada del acordeón a la comarca provinciana. Supuestamente comenzando el siglo pasado, arribó al puerto de Riohacha un barco procedente del viejo mundo en cuya tripulación un marinero español llamado Manuelito “trajo un acordeón que al momento de zarpar lo obsequió a Francisco Moscote, quien se rebuscaba cargando bultos en el muelle y que a la postre resultó ser el archifamoso Francisco el hombre”.
Hasta el presente es un poco arriesgado poder precisar el año en que desembarcó el primer acordeón en nuestro suelo, por lo tanto es más sano y sensato manejar el marco histórico con sus marcos temporales y en ese caso sin ningún titubeo podemos afirmar que en la segunda mitad del siglo diecinueve fue la época del acordeón, ya que casi simultáneamente hizo presencia en Santa Marta, Mompos, Riohacha y El Darién, como está registrado documentalmente por diferentes cronistas e investigadores que se han ocupado del tema como son el francés Henry Chandellie, el musicólogo Egberto Bermúdez y el antropólogo guajiro Weldier Guerra. Lo cierto es que para el año 1880 el acordeón era bastante conocido por los lados del Caribe colombiano.
Posiblemente los primeros modelos que por aquí se aparecieron fueron manufacturados en Francia ya que es en este país donde se registró la primera fábrica en el mundo, bajo la marca Fort Neaux en 1933, seguida en 1935 por Busson también francés, quienes mantuvieron su hegemonía hasta bien entrado el citado siglo, con italianos y alemanes en la retaguardia, pero que ya estos para finales de la centuria comenzaron agresivamente a liderar la industria del instrumento.
En el año 1990 logré entrevistar al notable compositor ‘Chema’ Gómez, quien me dio luces sobre la inesperada forma como el acordeón llego por aquí. Este es su relato: “cuando yo estaba pelao allá en Fonseca el italiano Donato Anichiarico tenía una tienda grande donde vendía de todo, herramientas, tijeras, cubiertos, machetes, muebles, sillas para montar, jabones, pomadas, cigarros, vinos, botas de trabajo, prendas de vestir, telas esencias, etc. Mercancías que periódicamente llegaban de Riohacha por vía de las Antillas. Cualquier día en uno de esos grandes paquetes llegaron los acordeones, así, sin que nadie hubiera encargado este desconocido aparato, fue algo sorpresivo e inesperado, llegó como una moda”.
Anichiriaco lo ejecutaba interpretando tonadas napolitanas y tarantelas lo que hizo arremolinar a la gente frente a la tienda y los que pudieron adquirir un acordeón comenzaron a chancletear sobre el teclado gastando largas horas inventándole lo que podían, los más avezados después de tratar de imitar al italiano rápidamente lograron musicalizar frases y coplas y así comenzó a gestarse nuestra maravillosa historia musical. Sin dudas esta feliz circunstancia se repitió en diferentes puntos de nuestra geografía y es hoy el acordeón nuestra espada, nuestro escudo y símbolo de nuestro folclor.