Por: Leonardo José Maya
La traté lo suficiente para decir que la conocí bien. Fue mi compañera de clases durante toda la secundaria, no tenía entonces – ni tuvo nunca- esa seguridad que da a las mujeres el demasiado trato con los hombres en asuntos de amores.
Era realmente linda, su cabello negro brilloso siempre le rodeaba los hombros y el uniforme le lucía perfecto. Sus ojos grandes y adormecidos parecían arábigos, era nuestra confidente audaz pero cándida en su sentir. Toño Castillo, el rey de los apodos le endilgó uno que solo nosotros conocíamos: La bella ingenua; no se equivocó.
Lo supe varios años después cuando me la encontré dirigiendo una empresa de productos farmacéuticos.
Me invitó a cenar a un restaurante elegante que ella frecuentaba, preguntó por los compañeros del grupo y le conté de uno en uno: todos estábamos casados, con hijos y hacíamos nuestras vidas, estaba feliz recordando nuestros tiempos, pero noté que sus ojos negros ya no brillaban como en sus años juveniles y se lo hice saber, ella me esquivó con sutileza yo no la presioné, al rato la sorprendí de golpe.
__ Ahora, háblame de ti.
Comenzó diciéndome lo que ya sabía, que era administradora de empresas y le iba muy bien, estaba soltera, había tenido escasos romances sin llegar a formalizar nada; me dijo entonces que vivía el peor momento de su vida. Su última relación, tal vez la más importante para ella, había terminado recientemente sin motivos aparentes.
Se había ennoviado con un empleado de una compañía de seguros. Era un tipo bien: trabajador, serio y desde el inicio demostró que realmente la amaba, se lo notaba en su trato cortés y su interés permanente en saber cómo estaba. Era el tipo detallista que enviaba flores –clara indicación de su altísima sensibilidad.
__ Me hacía sentir una princesa –me dijo- comprendí que este era el hombre de mi vida, así que no podía dejarlo escapar, pero después de unos meses todo se fue apagando, no era el mismo ya no me decía palabras de amor y percibí que se alejaba.
__ Estoy destrozada me dijo llorando, yo pregunté cual habría sido el motivo para esa actitud, ella movió la cabeza de lado a lado.
__ No sé, tal vez se enamoró de otra.
Después supe por otros medios que todo lo que ella me contó era absolutamente cierto, pero lo que ella no me dijo, fue que a las pocas semanas de iniciado el noviazgo comenzó a hacerse la importante para retenerlo así que cuando iban a salir se hacía llamar de amigos para que le hablaran de asuntos relacionados con la empresa, de documentos importantes por firmar, le hablaban de altas transacciones bancarias, a veces concertaba llamadas de el exterior para que entraran cuando sabía que a esa hora estaría con el. Lo creía tan valioso que quiso demostrarle su importancia y jerarquía.
El efecto fue devastador. El se sintió disminuido, se veía poca cosa ante ella, a su celular entraban pocas llamadas, mientras que el de ella no paraba de timbrar por llamadas o mensajes de la Black Berry, que contestaba en el acto. Hubo discusiones por ese tema pero nada cambió lo que hizo que poco a poco se fuera retirando y cuando quiso reaccionar la relación había llegado a su fin.
Ella aún lo espera cada tarde de domingo. En las noches se recuesta a la ventana y mira una estrella como tratando de encontrarlo allí, su corazón de mujer comprende que tal vez no volverá, se lo dice su silencio, ella suspira confundida y se embriaga en los recuerdos presa de su historia.
Ingenua al fin, no advierte que el amor es como el agua: destruye tanto su escasez como su abundancia, ella lo seguirá esperando y está dispuesta a cambiar por si algún día él decide regresar…
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