Si con la crítica sana llegamos al fondo de las cosas, con la verdad podremos descubrir al genio tal como es.
Se sucedían, tal vez, las épocas de 1952, cuando los años habidos dibujaban en mi mente siluetas que iban y venían, aumentaban su intensidad o la disminuían fácilmente, de acuerdo con su permanencia en la presencia del tiempo y de la vista mental, que hacían que la imaginación tratara de retenerlas u olvidarlas por momentos, o por completo.
Olvidarlas por completo es casi imposible, pues la virtud principal de un niño es la capacidad de retentiva espontánea.
Lo vi y escuchaba desde entonces, tantas veces continuas, que sus letras en sus canciones ya sabían lo que iban a expresar, y su música, cuando sin su presencia escuchaba alguna melodía lejana, la intuía, como intuía las notas de la guitarra emotiva que las entonaba e interpretaba. Parecía que esa música la hubiera armado yo, la sentía como mía y empecé a quererla como mía.
Por cariño me llamaba ‘Chaney’, haciendo alusión a mi pelo blancuzco que creo que le recordaba a Chaney Celedón, uno de sus grandes amigos en Urumita, la tierra donde quisieron envenenarle al “Gavilán Cebado cuando trató de llevarse a una linda polla”.
Entonces, también le tomé cariño, quizás motivado por su expresión aireada, fresca y simple, que con pequeñas sonrisas en sus labios despertaban afecto y sobre todo cuando emitía sus silbidos pausados y sencillos pero llenos de encantos rítmicos para iniciar algunas de sus canciones.
Aprendí a conocerlo así, y nunca apreciaba la forma de presunción innata que repartían por momentos sus expresiones corporales, tal vez involuntarias, o tal vez fruto de algunos genes no comunes. Pero así fue.
Vanidoso, yo diría, sin quererlo, pero presumía antes de tiempo de grande, sobre todo, cuando miraba de soslayo a algunos, o a muchos, de sus amigos queridos y verdaderamente apreciados que le hacían cambiar de actitud por la presencia de algún grande o poderoso dentro del dominio regional o nacional en cualquier actividad de la vida, de esas que resaltan el ego en aquellas personas no preparadas intelectualmente para la posición que ocupan y que con seguridad estaban muy por debajo de él en las escalas del mérito.
Componía sus canciones con el mismo orgullo que apreciaba a sus amigos y los distinguía con sus versos y música, que hacían gloria para él y para ellos, quienes crecían cada vez más en sus afectos hacia él, y eran luego su especie de Celestina. ¡Su música, desde el punto de vista sociológico, fue superior al maestro!
Lo bueno de la época se daba porque la mayoría de sus amigos eran simples y sencillos, que en el fondo él también lo era mucho más, solo que presumía ante aquellos grandes para comparar en cómo iba su fama.
La fama no la mostraba, pero la buscaba y su forma era elegante y aristocrática, que después desdecía con sus andanzas populares continuas. Trataba de ser más grande que los grandes, pero humilde y bonachón con sus amigos pequeños y de todas las clases sociales, donde repartía afecto permanente.
Así lo conocí y así logré disfrutarlo en épocas siguientes cuando mis conocimientos crecieron y empezaron a dar importancia a las leyes de la vida, que me permitieron estar más cerca de él, y analizar con más serenidad sobre su modo de ser como persona y de sus composiciones inmortales.
¡Le gustaba hacer favores! Fue más sencillo componiendo sus canciones que actuando como ciudadano común, tal vez por su formación inicial familiar, como intelectual, no atendiendo a sus orígenes.
Podría hacer un análisis completo y muy profundo sobre su forma y manera de ser y actuar, pero me atenúo más a hablar de sus canciones que serán perdurables dentro de su género, pero lo que sí me atrevo a decir es que para hablar de música vallenata hay que partir de su referencia, que, sin lugar a dudas, ha sido el más grande en este género.
“El más grande ese es él, el más grande es Rafael”. Fue pausado y tímido sin rayar en estos calificativos y así fueron sus canciones con tendencias al paseo, al paseo-son y al merengue con cadencias largas pero pausadas, y me atrevo a afirmar que los ritmos rápidos no compaginaban con su pasividad, por eso, tal vez no los compuso; “no son ideales para las expresiones románticas”, decía…
El presumido sería yo si no reconociera este estado natural del protagonista. El ‘Maestro’ fue como fue, ¡pero fue el más grande!
A mí me causa pena que se me critique
A mí me causa pena tanto criticar
Hasta el río Cesar se ha secado
No quiere llover en San Juan.
“Tú no entras con todo tu dinero donde yo entro con esta moneda de cincuenta pesos”, le decía a un amigo que pregonaba riqueza por todas partes.