Así entran: un zapato con la lengua afuera. Así salen: el mismo zapato, pero con la boca cerrada; como en un antes-después de una imagen promocional de un cirujano plástico anunciando rinoplastias, mamo plastias o lipoesculturas, pero para el calzado nuestro de cada día, que sufre las inclemencias del suelo rústico sobre el que nos movemos.
En los estantes de un zapatero se comprime un universo de triste desencanto. En los tacones quejumbrosos maltratados por el pavimento o en las botas heredadas que necesitan nueva suela y plantillas para ajustarse mejor al pie pequeño del nuevo propietario; reseñado con fecha, nombre y apellido, en el cuaderno de registro de entrada del zapatero, lleno de anotaciones vacilantes en el margen de las páginas que pretenden agregar información adicional sobre especificaciones del cliente, tipo: cambiar cordones, ajustar empeine, o alguno de esos términos casi exclusivos del mundo del zapatero que escrito con la caligrafía descuidada y acelerada de quien debe hacer las veces de todero en su negocio adquiere un nivel de grafismo que se impone por encima de la forma de las letras que lo precedieron en el pensamiento aunque no por esto es menos legible para el anotador, hay cierta vaguedad inspiradora.
Unos zapatos blancos viejos, de tacón mediano y talla pequeña, como de niña haciendo la primera comunión, comprimidos en el mismo estante entre unos zapatos de hombre mayor, arrugados y flácidos, apretados uno sobre otro ambos pares dan la impresión de tener la esperanza de alcanzar la plenitud de tiempos mejores, en los que seguramente fueron motivo de júbilo para sus propietarios. Una proeza imposible a pesar del esfuerzo artesano del médico de calzado, quien sabrá conformarse con aproximarse al anhelo de la restauración perfecta, como quienes recurren al cirujano plástico con la esperanza de una belleza que debe conformarse con el resultado caprichoso de un cambio de proporción que casi nunca se integra al del resto de la anatomía.
En los anaqueles de un zapatero reposan, como en un museo de recuerdos, los pasos que condujeron de un lugar a otro, los pisotones de los bailes, los partidos de fútbol, los roces debajo de la mesa que precedieron miradas que fueron más allá del sexo. En cada zapato hay un alma representada, que sigue latiendo en las pisadas de alguien en algún lugar del mundo; en cada zapato un espíritu encarnado aclama una existencia eterna a través de lo vivido, en su cuerpo curtido por el tiempo reposa la vida de quienes lo habitaron: sus avances y retrocesos, sus misterios; lugares a los que se fueron intentando borrar las huellas que sin embargo quedaron registradas en el tacómetro emocional del zapato.
¿Adónde no habrán ido esas chanclas mascadas, como de baile carnaval? ¿O esas botas de militar raso sobre las que parecieron derretirse los deseos de múltiples maricas? Cada zapato viejo es una foto, son el todo y el misterio que lo rodea, son música, escultura, poesía, enigma y fantasía.