La arquitectura hostil, defensiva, preventiva, tout court es un tipo de arquitectura que a través de la configuración de materiales, artificialización del paisaje y desarrollo de formas físicas de mobiliario urbano, desestimula la utilización indebida del espacio público por parte de grupos poblacionales no deseados.
La forma de desestimulación se hace de forma sutil a través de la incorporación de diseños originales curvos, irregulares y/o disruptivos en el entorno, bajo el eufemismo de expresar neoconfort, vanguardia arquitectónica, seguridad en sus usuarios, pero que lo que realmente buscan es desplazar población invasiva. Diseños curvos de sillas, reposabrazos internos en bancas, elementos punk fijos o removibles en ventanas y puertas, sillas cuadradas individuales y sin recostadero dispersas en espacios públicos, bancas tubulares metálicas, bancas en concreto rígido, ausencia de árboles con el pretexto de resaltar el mobiliario urbano, entre otros, son las estrategias de esta ala de la arquitectura.
EJEMPLOS
Un desagradable ejemplo de este tipo de diseño es la banca camden originaria de Londres, la cual tiene superficies curvas, acabados angulares, material no permeable, completamente hechas en concreto, logrando su cometido de alejar a las personas sin hogar en las noches, permitir su uso a los transeúntes por poco tiempo y alejar la manifestación de emociones de las personas al mantenerlas alejadas una de la otra. Es un ejemplo frío del gran ingenio humano.
También la arquitectura hostil se expresa como una estrategia mercantilista del tiempo libre, desplazando su derroche hacia lugares privados. Algunos manifiestan que este tipo de arquitectura es una forma de privatización de los espacios de ocio. Si no pagas no tienes cómo divertirte. Es una arquitectura inhumana pensada en segregar y expulsar a las personas con menos oportunidades. Es una guerra silenciosa y solapada contra las personas de menor rango socioeconómico.
Algunos espacios están desprovistos de vegetación. Obligan a las personas a utilizar cafeterías y espacios de encuentro pagos alrededor de parques y zonas públicas. La arquitectura hostil evita la vida social y de ocio sin consumo. Aumenta esa brecha que por años se ha venido luchando desde la intelectualidad y es la de ricos y pobres: los pobres cada vez más aislados y vulnerables mientras los ricos gozando en espacios seguros y privados.
Este nuevo concepto surgido el siglo pasado en Londres, París y New York como una nueva forma de control social se ha ido extendiendo por todo el mundo. Si bien aboga por espacios seguros, tiene un descarado y sutil odio hacia las personas indigentes, en situación de calle, homeless o “sintecho” que ocupan los lugares públicos y expulsan a otros usuarios del escenario.
SE PRIVATIZÓ LA INTERACCIÓN SOCIAL
El punto es que cada vez se aísla más la interacción social. Tener que pagar para hablar con un desconocido en un sitio privado como una cafetería, una panadería, una tienda, un bar, no es un plan promedio para una persona convencional. Quedan las colas en supermercados y en los servicios sociales que demandan interacción social. Pero este tipo de interacción en la mayoría de los casos no es agradable, toca puntos polémicos que no la hacen agradable y fluida.
Lo verdaderamente repudiable es cuando la parte pública se pone de acuerdo con la parte privada y se hostilizan espacios públicos solo para favorecer el consumo privado en lugares adyacentes o muy cercanos al espacio hostilizado. La arquitectura hostil se convierte entonces en el enemigo del ocio gratis.
Sin embargo, no es procedente atacar la arquitectura defensiva sin pensar en un bienestar para las personas menos favorecidas. No se puede naturalizar la pobreza como un estilo de vida para un grupo de personas, permitiéndoles estar a la intemperie en lugares públicos. Se debe luchar contra la pobreza en todas sus dimensiones y manifestaciones tanto por las vías convencionales como por las innovadoras que se han implementado en otras geografías, bajo el filtro de la cultura e idiosincrasia propia.
SE REQUIERE INCLUSIÓN
Las personas en condición desfavorable siempre existirán. Desafortunadamente es una realidad trascendente a todo punto de vista. Hostilizar la arquitectura urbana en pro de su desplazamiento no es una solución conveniente. Es como decirles: “la ciudad no tiene nada para ustedes, váyanse de aquí”. Tampoco la defensa de la arquitectura tradicional debe ser una forma de romantizar y normalizar la extrema pobreza que coexiste en nuestras ciudades. No se trata de darle una palmadita al pobre y decirle: “¡tranquilo! Aquí puedes dormir todas las noches”.
En redes sociales se exacerban las emociones por una u otra postura. Los comentarios son diametralmente opuestos unos de otros. Muchas veces no se analizan las zonas grises de un asunto, que es generalmente donde se presentan conflictos. Una persona sintecho que todos los días se sienta en la banca del parque al frente de una panadería molestando a los clientes, es una zona gris de conflicto que tendrá sus detractores así como sus simpatizantes frente a una u otra medida.
LOS NUEVOS DISEÑOS
En otra arista de este análisis, se puede caer en arquitectura hostil sin que ese haya sido el objetivo primordial de una intervención o renovación urbana. Muchas plazas y parques han sido renovados cambiando su arquitectura tradicional, incorporando elementos y materiales que, de acuerdo al contexto tropical de un territorio caribeño, por ejemplo, terminan anulando la interacción social.
La plaza como un espacio de diálogo, de tertulias políticas, de encuentro y transferencia cultural, pasa a convertirse en un espacio inhóspito, con mobiliario incómodo y desprovisto de vegetación, con la consecuente elevación de la sensación térmica.
El calor que antes era mitigable por zonas verdes, por los materiales y por alguna configuración arquitectónica tradicional, ahora es insoportable puesto que los árboles han sido desplazados, los materiales reemplazados y nuevos elementos incorporados.
El cambio de la plaza como lugar de reunión a lugar de consumo afecta como consecuencia la vida social a largo plazo y extingue lentamente la conectividad cultural del territorio. La interacción social, por el contrario, favorece el intercambio de valores y conocimientos culturales.
No se deben perder los espacios de ocio público. Por ejemplo, si se reflexionara todo lo anterior para Valledupar, un vallenato, aunque no tenga un conocimiento extenso de su cultura, indudablemente enamorará con sus historias al foráneo, causando un impacto positivo en su percepción e inevitablemente mejorando el sector hotelero y del turismo en general.
POR ERLIN CARPIO /ESPECIAL PARA EL PILON.