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Armónica, violina o dulzaina

Por: Julio Oñate Martínez

La armónica o harmónica es un instrumento musical aerófono que se toca soplando o aspirando el aire sobre uno de sus agujeros individuales o sobre varios agujeros a la vez que pertenecen al grupo de instrumentos de lengüeta libre metálica cuyos antecedentes los encontramos en el Sheng, que allá en la China milenaria se conoció unos 3000 años A.C..
Ubicándonos en la era de los grandes inventos el relojero alemán Cristian Buschmann presentó en 1821 una especie de armónica de boca, con el nombre de mundeoline que fue el punto de partida para su desarrollo. Esta idea primitiva fue usurpada por el vienés Cyril Demian, quien en 1829 construyó el primer acordeón. En 1827 Buschamann ya tenía perfeccionada la armónica como instrumento musical  y 30 años más tarde Mathias Honner, otro relojero germano, compró una de las creaciones de Buschmann y copiándola en su taller la produjo industrialmente convirtiendo a su  pueblo Trossingen en el centro mundial de producción de armónicas.
Al comenzar el siglo XIX su presencia en suelo americano se hacía popular y quizás en circunstancias similares a las del acordeón fueron inmigrantes y mercaderes europeos los encargados de traerlas. Al puerto de Riohacha llegaban por montones y desde allí se esparcían por toda la provincia, según lo afirma el maestro Leandro Díaz un excelente ejecutante de la armónica quien ya en su adolescencia se lucía en su natal Lagunita de la Sierra y en Hatonuevo, tocando colitas acompañado de bombo, redoblante y  maracas.
En Lagunita la familia Díaz era numerosa y muy musical destacándose varios de sus miembros por su destreza con la armónica. Su primo Marcelino “El Machito” fue el mejor de todos y siguiéndole los pasos Luis Guillermo su tío materno y padre de Adaníes Díaz.
Cuando Leandro llegó a Tocaimo, en junio de 1949, Julio Cuadros era el que alegraba las noches aldeanas con su violina. Él me la prestaba y rápidamente yo lo dejé atrás, señala el Maestro. El término violina de uso común en la provincia y nuestra Región Caribe al referirse a la armónica no existe en los diferentes diccionarios consultados pero parece estar asociado al violín. Con alguna frecuencia en nuestro medio escuchamos también dulzaina para identificar a la armónica, pero su real significado, según el pequeño Laousse es un instrumento de viento parecido a la chirimía pero más corto y de sonidos más altos y que tuvo su origen en el antiguo Egipto.
En Cuba y otras islas del Caribe la armónica es denominada filarmónica de boca y su empleo estuvo asociado con algunas modalidades de música bailable, acompañada de  güiro, bongo y cencerro.
Después de los primeros festivales vallenatos ya en la década del setenta se celebraron en Plato (Magdalena), concursos de violina casi siempre ganados por ‘El Mono’ duque de San Ángel, Magdalena.
De Manaure, Cesar, es Ángel Rodríguez el más diestro de los armonicistas que conocemos. Su nivel de ejecución es impresionante y a todos asombra cuando la toca con la nariz. En conciertos utiliza una violina en miniatura del tamaño de una cajita de chiclets Adams y aquellos es un verdadero espectáculo.
Es una lástima que aquí en Valledupar, el comandante ‘Romoca’, muy habilidoso con la violina, hubiera colgado la lira por andar de tertulia en tertulia pendiente de la vida ajena.
En la historia fonográfica del vallenato encontramos las grabaciones que a finales de los cuarenta realizaron José María Peñaranda y Gustavo Rada lideradas por la violina del barranquillero Mario Narváez.
El paseo ‘El tigre mono’ de Rada fue uno de sus más sonados  éxitos. Igualmente en 1953 ‘El Trío Fonseca’  del cienaguero Efraín González grabó el son tradicional ‘La pava echa’ donde la dulzaina lleva la batuta melódica. Un poco más adelante el cartagenero Julián Machado, de grandes virtudes con la violina, grabó con su paisano Luis Pérez Cedrón el bullerengue ‘Las cosas de Golla’, que aún se escucha en temporadas decembrinas.
Por muchos años en el conjunto Los Laureles de Barranquilla fui vecino del veterano periodista Germán Vargas, quien relataba en una tertulia que por allá en 1950 le regaló una violina a Gabriel García Marquéz que ya andaba pendiente de los aires vallenatos de Escalona. Gabo la tomó con tal entusiasmo que en su aprendizaje comenzó a fastidiar a sus colegas pues no los dejaba ni hablar por estar dándole ‘cajeta’ a la violina y en una ocasión que coincidieron en Puerto Colombia, el mismo Germán se la quitó y la botó al mar truncando así las aspiraciones musicales de nuestro nobel con este venerable instrumento afianzado en la tradición musical del vallenato.

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