Si las armas fueran la solución a los problemas de inequidad social que históricamente nos han afectado, en Colombia no tendríamos un registro de más de ocho millones de víctimas en un conflicto armado de más de medio siglo. En nuestro país se acudió a las balas por la no falsa pero sí miserable creencia de que alejándose del ejercicio democrático y por la vía armada se puede conseguir y mantener el poder político, como efectivamente ha ocurrido en otras latitudes; para no irnos tan lejos está el ejemplo del general Augusto Pinochet que en Chile derrocó al presidente Salvador Allende e impuso su régimen militar con miles de opositores muertos y desaparecidos.
Nunca se debió emular ese ni otros malos ejemplos de la lucha por el poder político. En otros casos, la vía armada trata de justificarse en la sed de venganza, en la ley de ojo por ojo… Todo este preámbulo es para referirnos a la posibilidad que contemplan algunos ganaderos del departamento del Cesar de armarse y garantizar ellos mismos su seguridad frente a los grupos delincuenciales que les roban animales, los extorsionan y los secuestran, como al parecer sucedió el fin de semana pasado con el ganadero Juan Felipe Ustáriz González, en su finca de Camperucho, zona rural de Valledupar.
Solo pensar en la posibilidad de que los ganaderos se armen para defenderse de los flagelos mencionados en el párrafo anterior, evoca los orígenes de uno de los actores más sanguinarios de la historia de Colombia, las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC. Debemos recordar la historia, las horrorosas consecuencias del accionar de las cooperativas de vigilancia y seguridad privada, ‘Las Convivir’, que terminaron fortaleciendo las filas del paramilitarismo.
Consideramos que las armas solo deberían estar en manos de las autoridades, cuyos miembros tienen la obligación de proteger al pueblo y hacer valer la soberanía del país. Que miembros de la Fuerza Pública también han cometido crímenes no se puede desconocer, pero son los organismos de seguridad del Estado y nuestros gobernantes en los que debemos esperar y no hacer justicia por cuenta propia.
La vía armada no es una solución, solo aumenta el caudal de los ríos de sangre que arrastran la vida de nuestra gente.
La invitación de hoy es que confiemos en las instituciones del Estado, a quienes las representan, a ellos los exhortamos a ser más acuciosos en el ejercicio de sus funciones, a ser más transparentes, pulcros y conscientes de la gran responsabilidad que tienen. Siempre hay cuestionamientos cuando cometen errores y pesar cuando son blanco de actos terroristas como el ocurrido en la Escuela de Policía General Santander, la semana anterior. Ante ese atroz crimen reiteramos todo nuestro apoyo a la institución y confiamos en que los sobrevivientes pronto se recuperen y puedan seguir sirviéndole a esta patria bipolar.
Con cada uno de los hechos terroristas llegan las pesadumbres, los mensajes de rechazo, los compromisos para adoptar medidas que eviten que la historia no se vuelva a repetir, pero volvemos a lo mismo, es un mal cíclico. Parece que el país estuviera maldito debido al deseo desmedido de algunos por el poder, deseo que combinado con armas solo deja destrucción y muerte.
¿Qué hacer entonces? No sabemos, de lo que sí estamos seguros es que la vía del diálogo es siempre la mejor opción, las armas solo traen pesares, por lo que nunca deberían ser una alternativa.