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Árboles en el paisaje vallenato.

EL TINAJERO

Por José Atuesta Mindiola

Los cañaguates y los robles son árboles ornamentales del paisaje vallenato. Las flores del cañaguate con su esmalte amarillo parecen fragmentos de sol colgando sobre las ramas sin hojas.  Las flores del  roble, moradas y veteadas con líneas blancas, parecen campanas de viento que caen sobre los andenes de las calles vallenatas.
Las flores de cañaguate abren sus envolturas con las brisas de enero, la belleza de su esplendor oculta los demás colores. El amarillo encendido es la esencia de la luz. Para los ciegos es el último color que se aleja de su retina. Para la pintura el amarillo es un color primario, al igual que el rojo y azul; es  cálido, da la impresión de avanzar hacia el espectador y transmite una sensación de cercanía. Detenerse a observar un cañaguate florecido es levitar en la magia de la luz.
¿Cuál es el secreto del esplendor amarillo en las flores de cañaguates? Para los estudiosos de la física el color es fenómeno luminoso, y explican que la luz que viene del sol es una mezcla de siete colores (los del arco iris: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta), cada color tiene una longitud de onda especifica. Las estructuras moleculares de las sustancias presentes en las envolturas florales del cañaguate absorben las longitudes de ondas de seis colores, menos la del color amarillo, que la rechazan o reflejan y por eso toman esa coloración. Como este árbol florece en pleno verano, cuando el cielo está despejado y el brillo del sol es más intenso, sus flores se ven radiantes.
Las flores del roble,  no son menos  hermosas que las del cañaguate. El hábitat natural de éste árbol no es el clima cálido, pero aquí se ha adaptado, porque la generosidad de la tierra vallenata, es también para las plantas;  en las mañanas de febrero y de marzo muchas calles de Valledupar amanecen adornadas por una sedosa estera de colores formada por las flores moradas de roble.
Una invocación a la estética de la vida es este bullir de campanas de vientos que caen de los robles, para que el color gris del pavimento se llene de fiesta vegetal. Esbeltas mujeres taconean en zigzag para no pisar la belleza de las flores y con sonrisas en sus ojos contemplan los colores de la sedosa estera. He visto ancianos abrir caminos con su bastón para que la serenidad otoñal de sus pies no anticipe el tiempo final de las flores. Ahora, que llueva se verán en el cerro de la Popa y otros lugares alrededor del rio Guatapurí las fascinantes flores amarillas del árbol de Puy, que muchos confunden con el cañaguate.
En el jardín de algunas casas tradicionales está un pequeño arbusto herbáceo de tallo flexible, conocido como “Varita de San José”. Y lo curioso, únicamente florece en estos días, próximos al 19 de marzo, en que se celebra la fiesta de San José; sus flores blancas de noche expelen la fragancia semejante a la azucena.

LA VARITA DE SAN JOSÉ

La varita de San José:
flores blancas perfumadas
es una planta sagrada
siempre la conservaré,
y  tiene un misterio que
florece siempre en el día
del Santo de su alegría,
que es en marzo diecinueve;
su recuerdo me conmueve
porque mi madre la tenía.

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