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Aquellos tiempos campesinos

Todas las mañanitas sale para la montaña un hombre extenuado por su tarea tan cruel y deja a sus hijitos, todos en la cabaña, llorando inocentes sin tener que comer y una voz lastimera que a veces los regaña, ese es el eco del alma de una pobre mujer.

Miren la estampa de ese campesino, miren sus ojos brillantes de anhelo, que alza sus manos clamándole al cielo con sus labios trémulos pidiendo a grito.

Dame el sustento señor para mis hijos

Dale el sustento señor que son tus hijos

Pasa miles de trabajo el pobre campesino las fuerzas de sus brazos no alcanzan para más, entonces va a enseñando al mayor de sus hijos para que coja el camino que lleva su papá, el niño muy temprano conoce su destino y lleva al mas chiquito que aprenda a trabajar.

Miren la suerte de esos campesinos miren llorando a sus compañeritos, que cruel destino para esas pobres vidas, Dios bendito quítale ese castigo.

Como llevo en mis venas la sangre campesina tengo un corazón noble sin odio y sin rencor, también mis manos fuertes y encallecidas porque soy machetero, palero y hachador.  Estoy acostumbrado a la lucha de la vida y quiero a la pobreza porque también lo soy.

Y a Jesucristo elevo mis plegarias que nos dé fuerza para subsistir, si no las oye le mando una carta con mi patrono que es San Agustín. No más pobreza señor, este es el fin.

El texto anterior es la letra de una canción muy poco conocida del maestro Hernando Marín, denominada ‘Galería del campesino’, grabada en su propia voz con el acordeón del trirrey Alfredo Gutiérrez.

El contenido de esa canción nos evoca esos tiempos pasados del campesinado colombiano, en especial de la costa Caribe, refleja las vicisitudes del hombre del campo, que más que otra cosa era un labrador, agricultor a pulso, quien muy poco sintió la presencia del Estado.

Pero a pesar de todo, era gente noble, que en medio de sus limitaciones aportaba mucho a la seguridad alimentaria de una región.

Aún así eran personas de las que jamás se podía esperar malas acciones en contra de su comunidad, su mentalidad siempre era la del trabajo honrado, ruda tarea de sol a sol y muy poca recompensada.  

Como lo dice ahí el maestro ‘Nando’ Marín, desde el hijo mayor hasta el más pequeño, desde temprana edad lo único que aprendía era a trabajar y a servir, primero a su núcleo familiar, pero cuya labor irradiaba beneficios a toda una población.

La pregunta es: ¿Qué tanto ha quedado de esa noble población en estos tiempos modernos?, informaciones indican que el número de población rural en Colombia sigue siendo alto, no obstante, sus modos de vida son diferentes y la mayoría de ella se encuentra concentrada en centros urbanos en labores distintas a las del campo. 

Los últimos estudios revelan que el 23,7% de la población colombiana es rural, es decir cerca de 12 millones de personas, pero están dispersas en las áreas urbanas del país.

En tiempos pasados una fecha como hoy 2 de junio, Día Nacional del Campesino, se constituía en una gran fiesta cultural, era tal vez el único escenario en el que los campesinos tenían cierta atención del gobierno, los alcaldes, y hasta gobernadores, organizaban una jornada especial en las que los labriegos recibían donaciones de herramientas de trabajo, además de los agasajos con agrupaciones musicales, discursos y toda una parafernalia de celebración. Ya de eso nada ha quedado, ahora son muy pocos los que se acuerdan de esta festividad.  

La historia de los campesinos es la historia de Colombia, recordemos que nuestra principal vocación económica era netamente agropecuaria, que aún sigue siendo, solo que ya se da en menor proporción frente a las épocas pasadas.

Evocar esas viejas épocas campesinas es un llamado a valorar en su justa dimensión a nuestra gente del campo, principal soporte de la economía regional.

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