Por: Julieta M. López Aponte
La naturaleza ha seleccionado el juego para hacer posible nuestra supervivencia pues esta herramienta cumple un papel fundamental en el proceso de desarrollo y aprendizaje. No en vano es una manifestación comportamental que se encuentra presente en todas las culturas del mundo.
La mayoría de los niños buscan de manera innata oportunidades para desarrollarse en su entorno y para aprender de su entorno. Una vez logran responder de manera adaptativa, previo proceso de experimentación y organización de la información, manifiestan una sensación de agrado. Dicho efecto, los impulsará a continuar avanzando espontáneamente. En cada respuesta adaptativa, los niños muestran el dominio frente a una tarea, mientras aprenden algo nuevo.
El juego y más específicamente, el juego libre, se caracteriza por ser una fuente inagotable de diversión mediante la experimentación. Sin embargo, los adultos continuamos subestimando el valor del mismo en el proceso de desarrollo y de aprendizaje de los niños. Preferimos y confiamos más en el juego dirigido pues tendemos a pensar que el juego libre es una pérdida de tiempo.Es precisamente a través del juego libre que los niños desarrollan habilidades de afrontamiento para la vida. Por otra parte, el juego dirigido no permite que tal objetivo se alcance a cabalidad puesto que el cuidador en ocasiones tiende a suprimir el aspecto experimental propio del juego libre.
Muchas veces no vemos la trascendencia que tiene para la vida de una persona jugar sin objetivos aparentes. Mucho menos vemos la estrecha relación que existe entre el juego y procesos tales como aprender a hablar, leer, escribir y calcular, tomar decisiones, resolver problemas, establecer acuerdos, entre otros. Sin estas habilidades cualquier ser humano es presa fácil del entorno.
Hoy en día, desde muy temprana edad, los niños ingresan a guarderías, jardines infantiles o preescolares para darle solución a las necesidades del mundo moderno (padres trabajadores y ausentes, inseguridad de las ciudades, alta competitividad profesional, etc). Por otro lado, después de la jornada escolar, muchos de ellos realizan actividades deportivas, musicales, artísticas, etc. Si bien es cierto que estos contextos proveen infinidad de experiencias para potenciar el desarrollo de los niños, también disminuyenel tiempo de juego libre en solitario o en compañía y en algunos casos, la preocupación del niño por el rendimiento en dichas actividadesdisminuye la diversión y aumenta el estrés por el resultado.
De esta manera, aunque se solucionan algunas necesidades, se crean otras tales como niños con pobre iniciativa, dependientes, con poca capacidad creativa, que manifiestan temor al fracaso, etc. Entre mayor sea la dirección del adulto en el juego, mayor será el efecto negativo que causará en el desarrollo de la autonomía del niño. Así mismo, entre mayor sea la capacidad de autonomía de un niño, mayor será su sensación de bienestar y libertad. Por lo tanto, además de asistir al colegio y a clases extracurriculares, conviene generar espacios semanales de juego y socialización para los niños, espacios en los que la supervisión del adulto se haga presente pero susganas de dirigir sean escasas.