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Aprender a dialogar

Parece que los hombres tendemos más a discutir que a dialogar. En las conversaciones habituales no se han de imponer nuestras ideas, sino suscitarlas sin avasallar. Por eso hay que aprender a dialogar sin rebatir de forma contundente al interlocutor y sin sentar cátedra en las cosas opinables.

Es preferible que en la conversación no haya vencedor ni vencido, huyendo del debate dialéctico, que termine con el deseo tonto de triunfar sobre el otro. Por el contrario, es preferible un intercambio positivo de impresiones, que lleve de la mano a conclusiones útiles. Se trata de enriquecerse mutuamente con las ideas y los puntos de vista distintos de los nuestros.

Este diálogo positivo ha de llevarse a cabo entre los esposos y con los hijos. En un buen ambiente familiar ha de haber un diálogo fluido entre los cónyuges, evitando los enfados y resolviendo con buena voluntad las naturales diferencias. No buscar la supremacía ante el marido o la mujer y evitar siempre desautorizar al otro especialmente delante de los hijos.

En la familia se ha de luchar contra la rutina, buscando iniciativas que hagan que los pequeños se diviertan en casa o se lo pasen bien en una excursión, una visita cultural o yendo al cine. Se fomentará el diálogo, evitando las discusiones tontas, las peleas, las groserías y las palabras inadecuadas.

También los hijos han de aprender a dialogar. Se cuenta de una madre que se había propuesto hablar todos los días un poco con cada hijo. Hay que encontrar tiempo para estar y hablar con los hijos, que son más importantes que el trabajo, el descanso y los amigos. Habrá que escucharles con atención y tratar de comprenderlos. En ocasiones habrá que reconocer la parte de verdad o la verdad completa de sus argumentos, que pueden ser causa de sus rebeldías. Con el diálogo aprender a razonar y a tener criterio.

No se les puede imponer una idea o una conducta determinada sin razonar los motivos que la aconsejan. Por eso hay que evitar frases como “porque sí”, “porque soy tu padre” o “mientras estés en esta casa”. Por el contrario, hay que respetar su libertad, pues no hay verdadera educación sin responsabilidad personal, ni responsabilidad sin libertad.

Por Arturo Ramo García

 

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