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¡Aprendamos a ser niños responsables!

¿Para qué vamos al colegio a aprender a través del juego, tener tiempos de descanso para comer y recibir educación inclusiva, si la vida del adulto son jornadas de 8, 10 o hasta 12 horas sin descanso, aprendizaje no a través de la lúdica sino de la presión y ambientes sociales llenos de acoso y exclusión?

Lo más irónico de todo, es que siendo adulto nos enfermamos, nos olvidamos de lo verdaderamente importante, nos volvemos malgeniados y vivimos con prisa, para que al llegar a la vejez, retomemos el descanso, la buena alimentación, la calidad de vida, el buen trato, la inclusión y la paciencia.

De nada sirve que en las empresas implementen pausas activas, si no aprendemos a desactivarnos del celular al llegar a casa y conectar con nuestras familias; de nada sirven los fichos, turnos o filas en los supermercados si no aprendemos a respirar, organizarnos y respetar a los demás; de nada sirven los cursos de conducción, los semáforos y las normas viales, si olvidamos que más importante que arrancar y salir primero, es llegar con vida cuidando también la vida de los demás.

Al niño se le enseña a ser feliz, pero también a respetar. El niño aprende a expresar sus emociones, pero también a comportarse en sociedad. El niño comprende que existen normas, leyes y figuras de autoridad. Al niño se le premia con dulces, aunque se le repite que es malo, daña los dientes y genera obesidad.

¿Qué ocurre con el adulto? Cree que ser feliz es humillar y pasar por encima de todo el mundo, toda vez que su falta de amor propio no le permite ver su mala educación; y lo peor es que se siente orgulloso de todo lo que hace olvidando que una vez fue un niño, para que al llegar a la vejez, todo aquello que olvidó, lo vuelva a recordar.

Muchas personas consideran que el Alzheimer es una enfermedad común ya normalizada en la vejez, y desde la descodificación biológica de las enfermedades afirman que el Alzheimer se debe a un conflicto de separación, con la familia, las rutinas, los amigos y todo lo habitual en la persona; desde mi punto de vista, es el resultado de la separación con nuestro niño interno, que avergonzado del adulto que fue, olvida todo aquello que no supo apreciar y valorar.

María Angélica Vega Aroca

Psicóloga / Escritora

Categories: Columnista
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