“… Pues el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón”. 1Samuel 16,7.
En estos días, quise comprar en un semáforo, unas semillas de marañón, se veían bien apetitosas, empacaditas en unos frascos de vidrio. Mi acompañante me detuvo y explicó que esos eran frijoles tostados que los vendían como si fueran marañón. Esto me llevó a pensar en las apariencias; manifestada como hacer ver algo que no es, como si lo fuera. Dar a entender lo que no es. Es fingir, simular, representar, hacer parecer, etc.
El profeta Jeremías, expresa de manera gráfica que Dios nos había puesto para arrancar y destruir, para arruinar y derribar con el fin de edificar y plantar. El trasegar por los caminos del Reino, involucra un cambio mucho más profundo y dramático de lo que pensamos. Dios no está en el negocio de remendar vidas, de hacerles una reparación mínima para que puedan continuar funcionando dentro del Reino. No es solamente una cepillada de culata, sino una anillada completa. Por eso, antes de que se pueda producir la tarea de edificar y plantar, debe ser removido todo aquello que no sirve. Así, la exhortación del profeta, incluía la parte dolorosa de arrancar y destruir, arruinar y derribar. Estaremos de acuerdo en que, no se puede destruir y arruinar aquello que se tiene intención de usar. Solamente destruimos y arrancamos aquello que no nos sirve más.
Un gran sector de la iglesia ha creído que la propuesta del cristianismo es la de acondicionar y hermosear la vida que poseemos. De esta manera, la persona que llega a los caminos del Señor y se incorpora a la congregación, iglesia o parroquia, experimenta solo modificaciones leves en su vida. Aun, después de muchos años de andar en el Camino, encontramos que son pocas las cosas que lo diferencian del hombre común: valores, principios y conductas no cambian. Muchas veces nos sentimos frustrados porque en nuestro afán de resultados, damos solo una “lavada de cara” a cosas que en su esencia están empobrecidas y no sirven. Son muchas las técnicas y metodologías que el mundo nos ofrece para enseñarnos a reacondicionar cualquier cosa. Las bibliotecas y librerías están llenas de libros y manuales sobre “cómo repararlo y dejarlo como nuevo”.
Aunque usemos pintura de la más blanca, triple A, para tornar en presentables ciertas cosas, mientras no cambie su esencia, siempre será una apariencia. El método que propone Jesús es distinto y no convencional: la muerte y sepultura para luego resucitar en victoria. Nuestro destino no es el taller de latonería y pintura, sino el taller del Maestro para que con martillo en mano y mucho fuego, haga el milagro de convertirnos, de muñecos de madera en personas de verdad, como a Pinocho. A veces, la vida nos atropella y estamos tan desgastados que no vale la pena reparaciones a medias, sino reparación total.
Mi invitación muy sincera y respetuosa no es que ofrezcamos algo a Dios, sino que nosotros mismos seamos la ofrenda. No que Dios cambie algo, sino que nos haga nuevos. Que permitamos que Dios soberano arranque y derribe todo aquello que no nos sirve e inicie su plan de edificar y plantar las cosas maravillosas que él quiere que disfrutemos por su gracia y su amor. ¡Permitamos que Dios vea la intimidad de nuestro corazón!
Fuerte abrazo y bendiciones abundantes.
POR: VALERÍA MEJÍA ARAÚJO.