“¿Cuándo se habrá visto que por ser testigo de vista hayan ahorcado a nadie por él, como por los de la cara, que con decir que lo vieron forman sus calumnias los escribanos? Fuera de que el ojo del culo es uno y tan absoluto su poder, que puede más que los de la cara juntos. ¿Cuándo se ha visto que en las irregularidades se metan con el ojo del culo?” Así escribió don Francisco de Quevedo en su tratado Gracias y desgracias del ojo del culo. Pues bien, debe ser Antanas Mockus un buen lector del exponente más grande del Siglo de Oro, y ha entendido muy bien lo que significa la correspondencia entre el trasero y la cara, como si el primero ocultara las vergüenzas de la segunda.
Volvió el irreverente Antanas a bajarse los calzones y la opinión ha vuelto a tener toda suerte de reacciones frente al gesto, como las tuvo en 1993 cuando lo hizo frente a los estudiantes de la Universidad Nacional en su papel de rector. A los pocos días dejaría de serlo, fue insoportable el acto y le costó la rectoría. No le costó sin embargo la empatía de muchos que más allá de su particular manera pedagógica, tremendamente narcisista, encuentran en él una expresión auténtica de protesta o de cumplimiento de la norma como posibilidad de convivencia ciudadana. Este veinte de julio, en instalación del Congreso, el dos veces ex alcalde de Bogotá dijo haberse indignado por el irrespeto con que los congresistas trataron a Efraín Cepeda al no prestar atención a su discurso de despedida como presidente saliente de la corporación.
Pienso en Quevedo y la correspondencia entre el orto y la cara y la cosa puede ser más profunda que la simple imitación del popular gesto de los jóvenes gringos. A lo mejor Antanas reconoce el poder del orto del que habla Quevedo. A lo mejor más que un gesto de protesta por la mala educación de los congresistas les está diciendo a qué atenerse con él en el recinto donde se debaten los proyectos de ley de un país que necesita hacerlo con la mayor seriedad y verdad posibles.
A lo mejor hizo un gesto de reclamo por el respeto a la institucionalidad en doble vía. A lo mejor nos está diciendo a todos como país, en el lugar donde se encuentran los representantes elegidos popularmente, que debemos mostrar más las verdades del orto y no la vergüenza de la cara lavada. No quisiéramos volverle a ver el trasero a Antanas, pero esa bajada de calzones en el Congreso puede ser el símbolo de una reflexión que el país siempre necesita: caras vemos, ortos no sabemos.
Por María Angélica Pumarejo