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Ansias de paz

MI COLUMNA

Por Mary Daza Orozco

El proceso de paz. ¡Cuánto se ha escrito sobre este tema! La mayoría de columnistas nacionales y locales han dado su opinión, algunos optimistas, la mayoría pesimistas, escépticos.  No me quiero quedar sin tocar el tema, pero no para hablar sobre el discurso de la subversión que alarmó tanto a la prensa, no tanto por su contenido arcaico, como por las palabras ‘raras’, que utilizó el guerrillero; ¡por Dios! si un periodista no sabe qué es un ‘fiordo rocoso”, es mejor que se calle, Noruega es famosa por sus costas dentadas, por los fiordos profundos; (sólo ese ejemplo, el más simple).
Tampoco voy a repetir lo que todo el mundo ha dicho sobre la otra parte, que si fue enérgico o no el delegado del gobierno con su llamado a seguir la agenda establecida; no, dejé pasar el fragor de las opiniones disparadas en los medios y redes sociales, para escribir sobre el proceso, pero desde los adentros del país.
Tenemos una guerra endógena, con dos frentes como la mayoría de las guerras; en uno; los de aquel lado, se ataca con balas secuestros, bombazos, y más; los de este, con balas y más un completo historial que sería muy largo de enumerar y no es esa la intención de la columna.
No hay paz, si los corazones no están en paz: no se puede enfrentar un proceso si los niños, en cifras aterradoras, mueren por balas perdidas, por desnutrición; mueren en brazos de sus madres esperando un turno en la Urgencia de un hospital; son abusados, robados, son ignorados.
No puede haber paz si los hogares son un polvorín: violencia de género, las mujeres las más afectadas. No puede haber paz si la justicia parece congelada, si la delincuencia ataca bajo el sol y la luna; no puede haber paz si porque no dejas que te roben un celular o pintas un graffiti, te matan.
Cómo hablar de paz si la clase política no actúa y si lo hace es para dar el denigrante espectáculo de un borracho que se cree un dios, de cincuenta mil votos, al que no se puede sancionar. Y hay más, mucho más.
No hay paz si no se crean efectivas políticas sociales, esas que deben calmar a los que tienen los corazones llenos de rencor, de odio, de desesperanza, esos que quieren pagar su dolor con todo el que se les atraviese,  los  que salen a las calles a buscar con qué calmar el hambre, el abandono, el odio profundo y hasta el deseo de matar.
No habrá paz  si hay secuestrados hundidos en la selva o quién sabe en qué lugar, si hay madres, padres, hijos, familias que suspiran por saber del familiar desaparecido.
No habrá paz si no se busca el equilibrio en este desbalance en que se mueve la patria; no la habrá si no se  buscan soluciones mientras se discute la famosa agenda que se han propuesto.
Ya lo dijo Oceana Cayón:*    “¡No esperes paz! Aquí los únicos que tienen paz son los que yacen en las tumbas de los cementerios, porque ni a los que están en las fosas comunes los dejan tranquilos.
No pudo continuar. Un sollozo le aprisionó la garganta. Se levantó y me dijo adiós con un movimiento rápido de la mano Se perdió en la oscuridad de la noche.”
Hay ansias de paz, de buenas noticias, ya aturde, agobia el recuento diario de noticias de violencia y de dolor.

(*Protagonista de la novela ¡Los muertos no se cuentan así!)

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