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Añoro los mano a mano

Por: Jorge Naín Ruíz

En las décadas de los años setenta y ochenta en nuestra música vallenata y especialmente en nuestra región Caribe se pusieron de moda en lo que por ese entonces  se llamaban “casetas” que no eran otra cosa que bailes populares, los mano a mano de los conjuntos vallenatos que estaban en la palestra de la fama.

Los empresarios contrataban a Diomedes Díaz y al Binomio de oro para que se “enfrentaran”  en un sano, emocionante y amistoso tú a tú musical del que el pueblo disfrutaba hasta el amanecer. Recordemos que por aquellas épocas nuestros artistas tocaban tres y hasta más tandas, no como hoy, que hacen una sola salida, en ese entonces se liaban a versos completamente improvisados y al final se fundían en cariñoso abrazo. Eso lo hicieron Jorge Oñate, Poncho Zuleta, Beto Zabaleta, Miguel Herrera, Silvio Brito, Adaníes Díaz y muchísimos otros.

Hoy tristemente en el mercantilismo desbordado por el que atraviesa nuestra música, los famoso conciertos no admiten este tipo de formato, incluso hay algunos artistas, alcahueteados  por “empresarios” que vetan a otros, con los cuales podría darse para alegría y beneplácito de los amantes de este folclor lo que otrora llamamos mano a mano.

Por ejemplo, a mi juicio sería muy importante para el folclor tener en un mismo escenario a Martín Elías y a Silvestre, así como a Rolando y a Juan Mario; sin embargo y lastimosamente parece una simple quimera ya que sus asesores consideran que pueden salir perdiendo, porque ya no es como antes que los artistas se debían a su público, sino que ahora cada paso es fríamente analizado y se vive con un latente temor a perder lo que tarde o temprano se irá como lo es la fama, ya que para nadie es un secreto de que esta no es eterna.

Como dice la canción de Romualdo ¡que tristeza, que jartera! tener que aguantarse las groserías y todo lo que se le venga en gana decir a los cantantes vallenatos de ahora, sin poder escucharlos “enfrentarse” cordialmente en una tarima, cotejar sus timbres, sus tonalidades y apreciar sus aptitudes de repentistas, como en aquellos tiempos; ahora puede más el temor a que los fanáticos descubran sus debilidades, que el sagrado derecho que tenemos los amantes de esta música a tener momentos de verdadera diversión y esparcimiento cuando asistimos a un mal llamado “concierto”.
 
Lo único que me queda es hacer votos porque nuestros agrandados cantantes piensen más en un espectáculo en el que salga ganando el público.      

 

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