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Aniversarios para celebrar

Gabriel García Márquez y Obregón, dos personajes del mundo literario y artístico de Colombia, unidos por una amistad entrañable.

A veces es bueno recordar aniversarios. De pronto son lugares comunes sobre los cuales sé que existen personas muy versadas en estos temas. Hay un buen número de fechas que conmemorar, son muchas en el ámbito cultural en el presente año. Deseamos recordar dos desde el punto de vista literario, se celebra medio siglo de la publicación de ‘Cien años de soledad’. La obra cumbre del Nobel Gabriel García Márquez, publicada por Editorial Suramericana en 1967. En cuanto a las artes plásticas cumple 25 años de fallecido el famoso pintor Obregón hace 25 años, en 1992.

Entre estos dos personajes hubo una gran amistad. A pesar de que nació en Barcelona (España), gran parte del ejercicio de su vida artística transcurrió en Colombia, especialmente en el Caribe donde se estableció, entre Barranquilla y Cartagena, en la década de los años sesenta. Al instaurar su residencia en Barranquilla, Obregón frecuenta los círculos intelectuales de la ciudad y en particular el que se reúne en el bar La Cueva. El famoso Grupo Barranquilla, como es conocido por todos, integrado por los escritores Alfonso Fuenmayor, Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas y el pintor Orlando ‘Figurita’ Rivera, quienes iban tras la búsqueda de una identidad, que les permitiera comprender nuestra realidad cotidiana, interpretar la cultura popular y la historia. Motivos con los que Obregón logra plena identificación, traduciéndolos a través del color y de los elementos propios de su entorno Caribe, al que después reconocerían con el mote del mayor terremoto del grupo.

Más tarde diría Gabo en una entrevista con María Teresa Herrán “Los he escogido. Porque, primero tienen una buena formación literaria; segundo, porque poseen buen criterio y, lo más importante de todo: que de verdad verdad, me dicen lo que piensan, así sea lo más doloroso». Por eso estuvieron ahí, con él, el día de la terrible noticia”.

Tenían personalidades muy diferentes, gustos opuestos, casi, y, aún así, se volvieron amigos para toda la vida: siguieron siendo amigos, Gabo y los de La Cueva, Gabo y Mutis; en los momentos de mayor necesidad, en los de mayor felicidad. Fueron amigos sin Nobel y con Nobel, con la literatura y sin la literatura, con la vida y sin ella.

Muestra de esta amistad fue el regalo que le hizo a Gabito del cuadro de Blas de Lezo (el pintor lo bautizó Blas El Tezo). Obregón en una de sus borracheras le disparó con un revólver en el ojo bueno al tuerto. Luego escribió “para Gabito”. Ese viejo lobo de mar al servicio del Rey de España, al que Obregón llamaba su antepasado loco, protagonista de 21 batallas navales —que lo despojaron de sus brazos y su oreja izquierda: Ese fue el único objeto que se llevó cuando viajó al exilio en México. Varias veces le pidió al catalán de corazón Caribe que le arreglara el ojo. Que temeridad pegarle un tiro certero al ojo de su propio retrato. Verlo siempre pareciéndose a sí mismo: en pantalones cortos salpicados de acrílico y con una camiseta breve, como si la izara en el cuerpo a media asta. Alguna vez que estuvo en México y vi la pintura arreglada, lo único que le dije fue: Te tiraste el cuento.

El día que se ganó el Premio Nobel, cuando su amigo, el pintor Alejandro Obregón, quien no conocía la noticia, llega de visita a la casa y la ve, repleta de arreglos florales, exclamó: “¡Mierda, ¿quién se murió aquí?! Gabo lo recibió muerto de la risa.

Aniversarios que es bueno destacar. Obregón influyó en el avance y desarrollo de las artes plásticas en el país. Amó y pintó la naturaleza. De igual manera se manifestó en contra de la violencia que azotaba al país. Uno de sus murales reconocidos es precisamente ‘Violencia’.

Cien Años de Soledad y sus peripecias

A los García Márquez no les alcanzaban los ahorros para completar los 58 pesos mexicanos que costaba enviar por correo el manuscrito de la novela -unas 590 páginas- y tuvieron que dividirlo en dos paquetes. Gabriel cree que los 500 dólares que la editorial Sudamericana iba a pagarles como adelanto por la publicación llegaron a tiempo para sacarlos de aprietos, pero en Buenos Aires, cuarenta años antes, habían contado que Mercedes debió empeñar en el Monte de Piedad la licuadora que Soledad Mendoza les regaló cuando se casaron. Así volvieron al correo con los veinte pesos que necesitaban.

“El día que empezó todo” es un pasaje del argentino Tomás Eloy Martínez en agosto de 1967, momento en que cambió la vida de Gabriel García Márquez. Es un relato con pormenores de aquella madrugada de 1967, cuando junto a Francisco ‘Paco’ Porrúa, quien desde un principio leyó con vehemencia los originales de la novela. No había duda. Se trataba de una obra maestra y, además, reveladora de los poderes infinitos de una ficción bien contada.

Acordamos que la editorial y el semanario unirían esfuerzos para invitar al autor a Buenos Aires. Fueron al aeropuerto a buscarlo. En estos momentos no contaba con editor definido para su novela.

Ellos aún no se conocían. Tomás Eloy Martínez dice que Gabo llegó vestido con una indescriptible guayabera a cuadros, de rojos chillones y azules eléctricos, un pantalón ajustado, cuya tela tenía la textura de un helado de crema, y unas botas cortas, puntiagudas. A medida que lo fue tratando, descubriría muchas de sus cualidades personales. Era un vendaval, inmune al sueño y a las desgracias. Lo acompañaba una mujer maravillosa que parecía la reina Nefertiti en versión indígena. Era su mujer, Mercedes Barcha.”
El éxito no tardó en llegar. Las ventas fueron halagadoras y los dos desconocidos en ese país, no tardaron en perder la tranquilidad de vivir casi en el anonimato, por la acogida y muestras de afecto y admiración de los argentinos. Los aplaudían y reconocían en los distintos sitios que visitaban.

La forma como Gabriel José de la Concordia García Márquez pidió le hicieron el pago de las ventas, es otra historia llena de la magia que siempre lo caracterizó. El éxito trascendió las fronteras, hasta lograr el Nobel de Literatura en 1982. El primer colombiano y el cuarto latinoamericano en obtenerlo.
Por Giomar Lucía Guerra Bonilla

 

 

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