Hace 15 años, aproximadamente, creo que fue en un enero, llegué apresurado a la emisora La Voz del Cañaguate en busca de Aníbal Martínez Zuleta. Estaba pendiente hablar con él para reanudar un programa que hacía en su emisora.
Llegó con su andar tranquilo y su sobrio semblante. “Hola pariente”, me dijo. “Buenos días pariente”, le respondí. Quince minutos después nos sentamos en su oficina. Lo vi “simpático” como decía mi abuelo Alejandro Cotes Oñate, cuando se refería que alguien era buen mozo.
En cuatro palabras, no como los versos que decía el viejo Emilianito que componía su hermano “Toño” Salas, pactamos el contrato. Pero antes de partir me dijo: “no vayas a faltar al lanzamiento de mi nuevo libro”. Acepté su invitación y la condicioné: “pero me regala uno, con autógrafo”.
Días después lo volví a ver: vestía impecable, como siempre; hablaba sin parar de su obra: “Escolios y croniquillas del país vallenato”, un libro de 319 páginas, maravilloso, como era él: una sorpresa caribe de intelectualidad.
Me acerqué y le dije “hola pariente, bonito evento”. Alguien por allí, creo que fue su hija Ruth –no estoy muy seguro- me dio el libro, pero él me lo quitó para escribir –con una intachable caligrafía- en la primera página: “Aquilino: Lo prometido, con la certeza del valor que le darás, un abrazo” y sigue su firma compuesta de 4 letras.
Por estos días tan dolorosos para su familia, para nosotros y para todos, por su fallecimiento, también recordaba con el reportero gráfico Adamis Guerra que –siendo corresponsal del El Heraldo- me pidieron que entrevistara a Aníbal Martínez y a Consuelo Araujo, porque se había suscitado un roce político entre ambos.
Agarré la grabadora y fui donde Aníbal (permítanme seguirle diciendo así: Aníbal, no es por igualado, es que en vida le decía pariente, pero ahora siento que su nombre hay que inmortalizarlo). Decía que llegué a entrevistarlo y accedió sentado en un taburete en la puerta de la calle, de su amado Cañaguate, aún no eran las 9 de la mañana. Me pidió: “transcribes textual”. De ahí salí para Radio Guatapurí donde estaba Consuelo.
Ese día afiancé la grandeza de Aníbal: locuaz y sobrio cuando lo requería, aún conservo sus palabras.
Hace pocos días, con motivos de su enfermedad. Una sobrina que es médico Internista me contó que llegó a la clínica y atendió a un señor que cada minuto recibía visita de muchachos, jóvenes y adultos (hombres y mujeres). Dijo que era impresionante como sus familiares y amigos lo querían, lo atendían y protegían. Igual había una romería de gente por los pasillos que llegaba a visitar a ese hombre moreno.
Me dijo: “vea tío ahí llega gente de todos los estratos sociales”. Como yo sabía quién era el personaje le dije: ese “negro” es Aníbal Martínez Zuleta y ella quedó petrificada por segundos y luego lanzó esta frase: “yo sabía que era un tipo importante, porque a ese hombre lo quiere todo el mundo”.
Seguramente Aníbal Martínez Zuleta ha sido lo más importante que ha tenido el Cesar, su grandeza no solo fue intelectual sino de valores y sacrificios, maltratado en su honor por unos cuantos, pero amado y querido por todos. Fue un hombre autónomo, ecuánime y pensador, capaz de perdonar y unirse a sus “enemigos”.
Dos o tres familias lo injuriaron en Valledupar, solo porque no se prestó para sus fechorías. Un gran hombre autónomo y locuaz quien con su gracia de gente de bien, con humildad y talante servicial logró cultivar lo que a muchos les falta: gallardía y temple. Paz en tu tumba, pariente; como siempre me decías. Hasta la próxima semana.
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