Por Mary Daza Orozco
(A César Rafael para cuando sea grande)
La ciudad ronroneaba como un enjambre de abejas borrachas de miel. Era el festival instalado en todos los rincones de la ciudad. Desde el ambiente súper frío, como me gusta, de mi habitación, trataba de derrotar una profunda tristeza, por fortuna nunca he tenido una depresión patológica, pero sí de esas que son simples melancolías. Deseaba estar, con los amigos, en la presentación de Juan Gabriel, pero un tonto accidente casero que me afectó un brazo, me tenía allí adolorida, nada raro, porque parece que soy proclive a los accidentes ya sean tontos como este o tremendos como el día en que un camión del aseo destrozó mi carro y casi me destroza a mí.
La soledad era inquietante, la mayoría de las veces lo es, de pronto sonó el timbre que anuncia un mensaje en mi BBM, decía: ‘¿Cómo sigue?’ Se me antojó, que era un ángel que sabía de mi dolencia. La noche cambió, aunque el zumbido de las abejas en forma de cajas, notas de acordeón, voces al aire, vapores etílicos, carros veloces, iba en crescendo. Con el ángel me enfrasqué en una conversación (chateo) deliciosa, temas diversos: fútbol, él, hincha de América, no aceptaba que yo lo fuera de Nacional; el trabajo, la vida misma; el amor; vista de fotos familiares; la salud, en fin, hasta mensajes gestuales. Llegué a la conclusión de que todo eso era más divertido que ir a escuchar al divo mejicano.
Un haz de luz escapado del esplendor de la ciudad febril entraba por la ventana a través de la cortina, y la ráfaga de una canción que traía la brisa “…la herida que siempre llevo en el alma no cicatriza”, se escuchó esplendente. La charla continuó, la foto de un niño precioso, vestido de etiqueta, hijo del ángel, se dibujó entre las palabras, le mandé un besito, de pronto, sin darnos cuenta se acercaron las doce, la hora en que terminan los sueños, el ángel se despidió: ‘Gracias por despertar sentimientos tan bonitos”.
A la mañana siguiente creí que tenía un nuevo amigo, ese inteligente, que habla claro, que es amable, entregado a una vida de servicio, pero me equivoqué, el ángel sólo fue compañía de media noche, no he podido comunicarme con él para otra charla; como ser alado, al fin y al cabo, quizás pensó que su misión ya había terminado. Lo malo es que queda el temor de haber dicho algo inapropiado. ¡Ah la incertidumbre!, nos lleva a decir una y otra vez:¿Yo qué dije?, pero no hay respuesta.
De todas maneras estoy agradecida con el ángel por conjurar mi tristeza, y lo único que tengo para decirle, si lee esto, es: ¡hasta algún día!, (huy, ‘se llena el alma de eternidad’).