A finales de los años 80, recuerdo una parranda en la puerta de la casa de mi padre. Iniciaba tipo 9:00 de la mañana, temprano, como de costumbre solían comenzar en aquel entonces. Tocaron la puerta antes de la hora indicada, era Andrés Becerra; me saludó y de inmediato me preguntó que, si ya mi abuelo había llegado; luego lo conduje hacia el segundo piso donde se encontraron y se dieron un fuerte abrazo antes de tomarse el primer whisky junto con mi papá.
Recuerdo que pasadas las 10:30 de la mañana llegó el ilustre guitarrista Juan Francisco Mindiola, y seguidamente Rafael Escalona, Colacho Mendoza, Leandro Díaz, ‘Chico’ Daza, Beltrán Orozco el querido, Gustavo Gutiérrez, y amigos parranderos de mi papá como ‘Poncho’ González, Gonzalo Mejía, Gonzalo Cabello, y un señor oriundo de Manaure, llamado Hernando Obando que cantó María Bonita acompañado de la guitarra de mi abuelo. Al estar todos reunidos, se instalaron en la puerta de la calle ocupando todo el andén.
Al medio día, antes de que ‘Colacho’ abriera su acordeón, mi abuelo ‘Poncho’ me encomendó la tarea de grabar la jornada; desde luego, logré guardar la producción en tres cassettes de 60 minutos cada uno, con el compromiso que al finalizar la parranda le guardara las cintas en una mochila literalmente pesada, que contenía una colección de rancheras que amenizaban sus parrandas.
‘Colacho’ usaba un acordeón transportada, sonaba bonito, interpretó “Igual que aquella noche”, “Rosangelina”, “La molinera” y un merengue inédito titulado “el catedrático”, que lo cantaban mucho los conjuntos vallenatos de la calle 72 en Barranquilla en ese entonces. En plena parranda mientras tocaba el Rey de Reyes, y todos los parranderos concentrados, mal agarré una de sus acordeones para bajarla del andén de la casa, solté el fuelle y sonaron los pitos; mi abuelo ‘Poncho’ perdió el hilo de la canción, no le agradó mucho mi necedad y dejé el instrumento en el puesto inicial; pero pasadas dos tandas me puso a cantar una canción por primera vez, al lado de ‘Colacho’ Mendoza.
A las seis de la tarde cuando comenzó a oscurecer, mi abuelo ‘Poncho’ agarró la uña y empuñó su guitarra, comenzó a cantar un repertorio que no se va de mi mente: “El chevrolito”, “El gavilán cebado”, “La historia”, “Lenguas sanjuaneras”, algunas rancheras de José Alfredo Jiménez y una variedad de canciones incluyendo “Tiempos Idos”; según comentarios que he escuchado de varios folcloristas de nuestra región, afirman que es uno de los merengues vallenatos que conserva la métrica más exacta en la música vallenata, atesorando el lenguaje costumbrista.
Cuando estaba declinando la parranda a altas horas de la noche, mi hermano mayor ‘Poncho’, y mi abuelo me insistieron, y decidí cantar un merengue de mi tío ‘Poncho’ Cotes Jr, llamado “El pollo negro”; me defendí y entre aplausos me emocioné. Pasado un largo rato, mi querida madre ‘Ocha’ Maya, me mando a dormir, pero le pedí que me dejara despierto a tal punto de poder despedir al último de los parranderos que se había quedado dormido debajo de un palo de almendro, rodeado de sillas vacías, lo cuidaba un perro callejero; eran otros tiempos, ‘Tiempos Idos’.
Hoy nuestros juglares nos dejan muchas historias que contar. Si quieren conocer otras anécdotas de mi abuelo y sus amigos, les recomiendo leer los libros “Almas Felices” y “Tiempos Idos” Apología a la amistad, escritos por mi querido padre Fausto Cotes Núñez y el escritor Juan Celedón, de Villanueva, La Guajira.
@calecotes