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El amor por la vida y el dolor de la muerte

El amor por la vida y el dolor de la muerte son las dos manifestaciones humanas con mayor poder de convocatoria. El amor es como el sol que, sin quemar, ilumina los jardines del alma en la suprema esperanza de los sueños. El dolor de la muerte extiende sus tenebrosos pinceles sobre los lienzos de melancolía y ensombrece los sentimientos.

El principio del amor es la palabra. La palabra viva y cargada de luz, eterna metáfora de vida y revelación de la verdad. Nada hay oculto bajo la luz del sol, dice el refranero popular. El amor y la verdad son virtudes que enaltecen la condición humana y fortalecen los principios de lealtad, solidaridad, afecto y respeto. Quien no se esconde en la oscuridad, cultiva la iluminación de su espíritu y es honesto consigo mismo y con los demás.

La madre siempre utiliza palabras iluminadas que se convierten en puentes de diálogo y afecto. Los tiranos y los insensatos utilizan palabras que queman y apremian el destierro, porque destruyen, levantan murallas y trazan laberintos para impedir acercamientos y actos de comunicación.

Cuando la acción es coherente con la palabra, el amor llega al cenit, a su máximo esplendor. ¿Acaso no es el amor en la fe lo que convoca a los pueblos a sus fiestas religiosas? Basta observar la epifanía en el rostro de los cristianos cuando asisten a los actos litúrgicos, porque además de renovar la espiritualidad, parecen recuperar la juventud corporal. ¿Qué fuerzas convocan a tanta gente al festival vallenato todos los años? Pueden ser muchas, pero las más importantes de todas son el amor por la música, por la poesía y por los artistas predilectos.

El dolor de la muerte une las voces de personas de diversos niveles intelectuales y sociales, y contagia manifestaciones de solidaridad cuando el fallecido es un personaje que representa los sentimientos colectivos de un pueblo, o alguien que ha sabido dimensionar el amor y con sus acciones ha sido defensor de la vida y el patrimonio cultural de su comunidad. Prueba de esta manifiesta solidaridad se sintió con la muerte de Consuelo Araujo Noguera el 29 de septiembre de 2001. La gente de Valledupar y de Colombia unidos en un extenso dolor lloró por la trágica noticia de la muerte de esa hidalga mujer, defensora de la vida, de los derechos humanos, fundadora y protectora de la tradición de la música vallenata.

Todavía el dolor de su muerte es una fresca cicatriz en la memoria, pero sus aportes para revelar los orígenes y engrandecer la promoción y la salvaguarda del vallenato tradicional permanecerán en las sempiternas páginas del corazón y en la historia musical de Valledupar y de Colombia.

Antes del Festival, la música de acordeón era casi un eco lejano que se perdía en los amaneceres con los oficios de vaquería o en los silbos forestales de los campesinos. Consuelo, nuestra querida ‘Cacica’, con visionaria alma de arqueóloga, avivó las humildes huellas de los juglares y creó el escenario cultural para la conservación y difusión de los cantos vallenatos. Siempre la describo con estos versos: La trinitaria florece/ como una estrella en el cielo/ y al recordar a Consuelo/ Valledupar se enternece.

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