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Amor en una caja de cartón

MI COLUMNA

Por Mary Daza Orozco

Lo curioso del amor es que se encuentra en el lugar menos pensado, en la persona nunca soñada.
Es más, hay amores que nacen en sitios insólitos, yo encontré uno, y todavía no se me ha acabado, en una caja de cartón, desteñida, olvidada en el cuarto de los trebejos.
Era una de esas cajas de recuerdos que existen en la mayoría de las casas, la de la nuestra fue de un tío sabelotodo,  de los que llamaban intelectuales, que murió muy joven.
Allí, cuando yo apenas era una adolescente, esculqué y busqué un libro que me distrajera durante las vacaciones de junio, temporada de calor infinito, cuando el trópico se siente como un globo inflado y la gente, como los animalitos y las hojas de los árboles, se amodorra. La casona de los abuelos, donde vivíamos, estaba aplastada por un silencio inquietante, todos hacían la siesta arrullados por viejos ventiladores ronroneantes.
En el cuartito me senté en el suelo y rebusqué entre los libros, todos eran de matemática, de filosofía y las pocas novelas que vi ya las había leído, alcé uno pequeñito, de tapas mohosas y de él se desprendió una hoja, la tomé con cuidado y me detuve a leerla para ver de qué se trataba.
¡Era un poema! Yo buscaba prosa. La poesía de mis mayores me tenía saturada, la rígida métrica, las frases ampulosas, las figuras rebuscadas, que en las reuniones las aplaudían con entusiasmo, me llevaron a querer solo prosa y más prosa. Tomé la hoja amarillenta, no por vejez, sino por abandono, y leí: “Se querían. /Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, /labios saliendo de la noche dura, /labios partidos, sangre, ¿sangre dónde? /Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz….”
Intrigada leí todo el poema y lo repetí. Sentí un apretón en el pecho que me obligó a abrir la boca y a tomar un poco del aire enrarecido de la habitación. Acomodé la página donde correspondía, sacudí con devoción el libro y ahí estaba, en letras apagadas el nombre de Vicente Aleixandre, nombre que no me pareció nada bonito, pero lo repetí varias veces y se me quedó, así como se quedan profundo las primeras miradas de un amor que comienza.
Salí con el libro apretado entre las manos y después de leerlo, busqué literatura sobre el poeta amado, sí, porque me enamoré perdidamente de sus palabras tejidas en versos eternos; enamoramiento virulento que me llevó a un amor más amplio: la poesía, esa que no gustaba a mis mayores. Conseguí su biografía y supe que nació un veintiséis de abril, el mismo día de mi cumpleaños, y  que ganó el Premio Nobel de Literatura.
Me hundí en el mundo de los poemas, eso hace un buen amante, lo lleva de la mano a uno a recorrer su mundo y fue cuando me presentó a Arthur Rimbaud, Walt Whitman, Ezra Pound y a muchos más, pero no dejé nunca el viejo librito de Aleixandre, era como mi devocionario, un talismán, un filtro encantado que siempre me acompañó por caminos empinados que hacen cercano lo sublime, hasta cuando en uno de mis viajes se perdió.
Aleixandre es y será un amor que no se desgasta, lo compruebo cada vez que recuerdo:
“En volandas, como si no existiera el avispero, aquí me tienes con los ojos desnudos, ignorando las piedras que lastiman,
ignorando la misma suavidad de la muerte.”

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