Amar a quién nos ama y querer a quién nos quiere, es algo que podemos hacer con relativa facilidad, sin embargo, nuestro Señor Jesucristo nos advierte diciendo:
“Si amáis al que os ama, ¿qué mérito tenéis?, vosotros en cambio, amad a vuestros enemigos, orad por quiénes os persigan, bendecid a quiénes os maldigan, al que te quite el manto no le niegues la túnica, a quién te quite lo que es tuyo no se lo reclames…”: (Cf. Mt5, 43-47).
Demasiado duras y exigentes nos parecen estas palabras e incluso a muchos algo ridículas, necias y escandalosas. En verdad, desde nuestras meras fuerzas y lógica humanas nos resultan así, además imposibles. Pero, cuando contemplamos la flagelación y cada instante de la dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y nos unimos a Él, empezamos a entender y aceptar varias verdades fundamentales para nuestra vida cristiana: cuánto valemos para Dios; cuánta paciencia y amor de Jesús por sus verdugos, que somos los pecadores de todos los tiempos; unidos a Cristo podemos amar como Él amó; nuestros dolores y sufrimientos no son gran cosa comparados con los suyos y sólo su entrega por nosotros le da sentido a los nuestros, en fin.
De este modo, comprendemos que el amor al enemigo es signo distintivo del cristiano y que el mal pierde su poder si se encuentra con el amor paciente y generoso. Entonces el golpe se pierde en el vacío, la violencia se anula, porque no encuentra oposición. Se rompe el círculo de la violencia, del odio y el desamor. Esto es lo que hace Jesús en su Pasión y eso mismo es lo que quiere que hagamos nosotros con los otros: el amor de Jesús jamás destruye, no hiere, nunca mata, Él cura, regenera, crea, recrea, perdona y ama sin límites.
Esta es la gran novedad que aporta el cristianismo a la humanidad. Así lo reafirma el Concilio Vaticano II, cuando dice: “Quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo. La doctrina de Cristo pide también que perdonemos las injurias. El precepto del amor se extiende a todos los enemigos. Es el mandamiento de la Nueva Ley: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: “Amad a vuestros enemigos (Mt 5,43… ” Por eso: “Quien ama, ha pasado de la muerte a la vida. Quien no ama, permanece en la muerte” (1Jn 3,14-16). (Gaudium et Spes 28).
Que experimentando el inagotable amor de Dios, podamos también nosotros amar a los demás, aunque sean nuestros enemigos, adversarios y perseguidores. Que Dios nos ayude a cada colombiano firmar su propio proceso de paz en lo más profundo de su corazón para que vivamos el perdón y la reconciliación que tanto hemos anhelado en nuestra amada nación. Que los vientos de paz, a veces con apariencias de tormentas llenas de violencia, terror e incertidumbre, sean en verdad paz, serenidad, justicia, fraternidad, desarrollo, prosperidad, educación, bienestar, cultura, arte, folclor, alegría y sobre todo amor para Colombia y el mundo entero por los siglos de los siglos. Amén.
*Delegado Diocesano de Pastoral de la Cultura