“No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros…”. Romanos 13,8.
Mirando alrededor advertimos que son muchos los que impulsados por su necesidad de ganar menosprecian las relaciones, los amigos y la familia. Uno de los aforismos pegajosos de una exitosa campaña oficial fue: “La familia es lo primero”, queriendo significar la importancia de las relaciones familiares por encima de cualquier otro tipo de relaciones o amistades. En ocasiones permitimos que nuestros intereses personales estén por encima de nuestro interés por las relaciones y nuestro deseo de ganar por encima del aporte de solución a los conflictos con el prójimo.
La inseguridad básica de personalidad nos impulsa a pretender tener siempre la razón, a siempre querer ganar o tener la razón en todo o ser el primero frente a cada desafío. Las personas inseguras están impulsadas a desempeñarse bien siempre; no admiten yerros ni equivocaciones.
Mi teoría es que la seguridad proviene de las relaciones, no de los logros. Las relaciones, siendo estables y duraderas, producen una sensación de comodidad y plenitud consigo mismo y con los semejantes. Mientras que los logros pueden ser efímeros y pasajeros y nos introducen en un permanente nivel de competencia, donde no hay reglas de juego. Comunicarse con una persona segura es fácil. Mientras que siempre se termina chocando con una persona impulsada por sus logros e intereses egoístas.
Para Dios, las relaciones son más importantes que el cumplimiento de cometidos y logros. Jesús compendió toda la Ley en dos grandes mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tu mente”. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Podemos inferir que el propósito de la Palabra de Dios es el de gobernar nuestras relaciones con Dios y con el hombre. Así pues, si nuestros logros en la vida no realzan nuestras relaciones con Dios y manifiestan nuestro reconocimiento al prójimo, no estaremos cumpliendo con las expectativas de Dios para con nosotros.
¿En algún momento tendremos que confrontar, disentir y ponernos firmes en contra de algo o de alguien? Sí, cuando se trate de asuntos morales o contrarios a las enseñanzas históricas de su Palabra. Pero nunca tenemos el derecho de menospreciar o menoscabar la estima de las personas. Podemos rechazar las acciones y conductas, pero amar a las personas.
Siempre que cumplimos o alcanzamos algo a expensas del prójimo, o que elevamos las tareas por encima de las personas, estamos sembrando semillas de inconformismo y destrucción. Creo que el principio es claro: todo, el gobierno, las instituciones, las organizaciones, la familia, existen por causa de las personas. Confrontado con esa realidad, Jesús lo expresó así: “El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo”.
Queridos amigos, les invito a valorar nuestras relaciones familiares, a nuestros amigos y a nuestros semejantes. preocupémonos por ser antes que por hacer. ¡Amemos las personas y usemos las cosas, no amemos las cosas y usemos las personas!
Un amoroso abrazo en Cristo…