El mundo tiene que esperanzarse, con coraje y responsabilidad. Las oportunidades de levantar cabeza son infinitas. Es cuestión de hacer realidad los muchos compromisos adquiridos. A poco que cultivemos lo que manifestamos, por ejemplo en relación con el planeta, se puede crear un futuro con bajas emisiones de carbono y propiciar un desarrollo sostenible, verdaderamente efectivo y real. Lo mismo sucede con los bosques, tan vitales para nuestro suministro de agua.
Ellos influyen en cómo y dónde llueve, y ellos lavan y filtran nuestra agua. También es posible reducir la deforestación y activar una tendencia regeneradora del hábitat. Indudablemente, la ambición de cambio en nuestra forma de vivir, tiene que ser colectiva. No olvidemos que cada día son mayores las interdependencias, y hace más palpable la conciencia de que todas las naciones de la tierra forman una unidad y comparten un destino común. De ahí, la necesidad de cambio del ser humano, que ha de pasar del dispendio a la cautela, de la codicia al desprendimiento, pues hemos de aprender a compartir hasta la última gota de aire que nos llega a los labios del corazón.
Por tanto, necesitamos una generosidad más auténtica y universal, más nítida, entre otras cosas para reparar el daño causado por el abuso de nuestro propia especie. A la luz de esta reflexión, quisiera subrayar que éste es el único planeta del universo que puede sostener vida humana. Si la demolemos, también nos arruinamos a nosotros mismos, con el exterminio.
Propongo, entonces, más intelecto y más ética. Cada ciudadano, por si mismo, deberá reeducarse y modificar su proyecto de existencia. Por desgracia, aún hay poca ambición política por salvar el planeta en el que vivimos. Tenemos que ser más valientes. Hoy la ignorancia ya no es una excusa.
Lo que en verdad nos falta siempre es el compromiso, para mejor propagar y extender los dones con que nos obsequia la madre tierra, como es desde el mismo aire al propio líquido inmaculado, inodoro e insípido.
Lo que está claro es que no se pude redefinir nuestra relación con lo que nos rodea si en verdad no cultivamos el lenguaje del alma sobre todo lo demás. Hoy son muchos los seres humanos que tienen que emigrar de sus lugares por la degradación ambiental. No les queda otra. Sabemos que el agua es esencial para calmar la sed, pero también para colmarnos de vida; no en vano, la mitad de los trabajadores del mundo (1500 millones de personas), según Naciones Unidas, trabajan en sectores relacionados con el agua. Por otra parte, casi todos los puestos de trabajo, con independencia del sector, dependen directamente de ésta.
Sin embargo, a pesar del vínculo indisoluble entre el trabajo y el agua, millones de personas cuyas vidas dependen del líquido elemento, a menudo no son reconocidas o protegidas por los derechos laborales básicos. Sería un buen compromiso mejorar estas situaciones, sobre todo trabajando con un espíritu más cooperativo , tal y como reza en el eslogan del día Mundial del Agua (22 de marzo): “A mejor agua, mejores empleos”.
Celebro, por consiguiente, que Naciones Unidas, haya pensado en los Angry Birds, los populares “Pájaros Enojados” protagonistas del famoso videojuego para dispositivos móviles; y, de este modo, darnos un poco de alegría al cuerpo y felicidad al alma, buscando que el ciudadano de a pie alegre a los voladores enfurecidos tomando medidas sencillas contra el cambio climático, adoptando hábitos como el reciclaje, el uso del transporte público o el ahorro del agua.
Son estos gestos, como el de la gira virtual del 21 de marzo al 22 de abril, con la ceremonia de firma en Nueva York del Acuerdo de París sobre Cambio Climático, lo que nos ha de hacer rectificar, ante un inmenso crecimiento tecnológico, inhumano en la mayoría de las ocasiones, ya que no estuvo acompañado este endiosamiento mezquino, de un desarrollo del ser pensante en: responsabilidad, valores y sabiduría. Siempre hay tiempo de enmendarse y, en todo caso, que nuestras ambiciones y compromisos no nos cieguen, y mucho menos, nuestra preocupación por este orbe, destinado a armonizarse, nos desborde. Ilusionémonos por vivir y dejar vivir. Al fin y al cabo, no está tampoco la felicidad en caminar, sino en saber compartir. Probemos a cultivarlo siempre.