Los 10 días que han pasado después de la muerte del juglar vallenato, José Vicente ‘Chente’ Munive, no han consolado a Edilma Castilla Fragozo, quien compartió con el compositor y acordeonero 15 años de parrandas, vivencias, amores, discusiones, sueños, pero sobre todo… aprendizajes de vida.
Aunque sus ojos negros y porte de matrona intentan mostrar al mundo a una mujer fuerte, cada vez que recuerda a su compañero, que se fue al mundo celestial prometido por Cristo en sus escrituras, le es inevitable que un río de lágrimas brote de su rostro.
El sentimiento de dolor, rabia, impotencia y angustia se conjugan en cuestión de instantes, en especial cuando observa vacía la silla de mimbre, de color rojo, ubicada en la enramada de su patio.
Vicente ‘Chente’ Munive falleció la mañana del 26 de septiembre a raíz de una insuficiencia renal crónica.
Permaneció un mes visitando con frecuencia una clínica donde le practicaban diálisis.
Allí en el alba tomaban tinto, conversaban, desayunaban, se besaban, recibían el hormigueo de visitas –que era una constante en sus días-, discutían, se reconciliaban…. En fin, pasaban la mayor parte del tiempo.
Esta enramada era el pase obligatorio de todos los visitantes a esa vivienda, en cuya entrada hay un frondoso árbol de trinitaria, cercas de madera y un portón que permanece abierto para darle la bienvenida a todo aquel que lo desea.
“El era el amigo de todo el pueblo. En nuestra casa llegaba gente adulta y jóvenes a conversar con mi Chente, a relatar historias del pasado y el presente”, rememoró.
Para la mujer de Munive, su marido era el mejor de todos en la región. “Le doy gracias a Dios por ese hombre ejemplar, amiguero, complaciente, amoroso, que siempre estuvo al pendiente de sus responsabilidades, que cantó, compuso y bailó con intensidad.
Él me trató como su reina. Nunca me faltó nada; no me dejó trabajar porque decía que para eso estaba él; se ofendía si le insinuaba que quería vender productos o algo por el estilo”, recalcó.
La cama vacía
Cuando ingresa a los cuartos, donde reposaba del intenso sol y el otro donde dormía bajo la luz de la luna, no sabe cómo actuar, al pensar que el resto de sus días que se imaginaba con su marido hasta viejitos, estarán cargados de una soledad infinita.
“En la casa hay dos cuartos, uno donde hacíamos la siesta del medio día, que es fresco; y otro que era donde dormíamos de noche. Llegar a estos dormitorios me duele mucho, me coloca el corazón chiquitico y arrugado.
Ahora veo estas camas tan grandes. Cuando él se iba de parranda, sabía que volvía; pero ahora sé que no tendré su risa, sus silencios, sus palabras, sus besos, sus abrazos.
Es una agonía que no se la deseo a nadie”, subrayó la viuda del autor de ‘El hombre parrandero’ y de 60 composiciones musicales más.
Su único consuelo es que en su mente y espíritu estarán vivos cada una de sus enseñanzas y recuerdos, algunas de ellas sintetizadas en sus composiciones que la cautivaron y la enamoraron.
Ella tiene la certeza que algún día se encontrarán en el cielo, para seguir amándose por la eternidad.
No tuvieron retoños
Cuando ‘Chente’ y Edilma unieron sus almas al fusionar sus cuerpos, ambos eran seres maduros; cada uno de ellos tenían sus historias vividas, de las cuales quedaron hijos, que aceptaron y apreciaron como parte de lo que era el otro.
Ellos no tuvieron frutos de su amor. Edilma asegura que no les hizo falta, debido a que su relación era madura, en una etapa donde cada uno sabía con certeza qué quería, donde habían vivido miles de experiencias, pero que fue trascendental conocerse, por lo que agradece al universo por permitirle conocer a un ser que marcó su historia, a su negro, a su Chente.
“Me duele morirme por ti negra; pues tus hijos están lejos”, esa era la frase que ‘Chente’ le repetía a su compañera sentimental, días antes de su partida del mundo terrenal.
ANNELISE BARRIGA RAMIREZ
Annelise.barriga@elpilon.com.co