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“Amar como Jesús”

Por: Marlon Javier Domínguez

“Jesús fue aprendiendo paulatinamente como hombre lo que como Dios ya conocía de manera perfecta”. Así, pues, el Pequeño de Belén tuvo que aprender a pronunciar las palabras según María y José se las repetían, tal vez la dicción de algún sonido le resultaría particularmente difícil. Aprendió que no se puede llevar la mano a la llama de la vela, que al correr por un camino de piedras hay más posibilidades de tropezarse y caer, aprendió las oraciones que sus padres le hacían repetir piadosamente, se habrá raspado las rodillas más de una vez, trabajó, se fatigó, sintió hambre y sed, sudó, pensó con inteligencia humana y amó con humano corazón. Y como hombre fue tomando conciencia de la misión salvadora que el Padre le había encomendado. Lejos de nosotros considerar un Jesús desencarnado y ajeno a cada situación normal de la vida humana, ello sería quitarle a nuestra fe la base sobre la cual se asienta: El misterio de la Encarnación.

En el relato del Evangelio que se lee en la Eucaristía este domingo, Jesús ya poseía plena conciencia de lo que iba a suceder. Acababa de ser instituida la Eucaristía y el Señor anunció la traición de uno de los suyos. Amaba a Judas como a cualquier otro discípulo y el conocimiento de aquella traición le debió resultar particularmente doloroso. Judas salió y, con el corazón roto porque uno de sus amigos le cambiaría por dinero, habló con profunda ternura a los once que aún quedaban en el cenáculo: “Hijitos… Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado…”

Si tomamos en su conjunto el relato, nos daremos cuenta que los atónitos discípulos apenas lograron comprender algo; las palabras del Maestro serán para ellos “des-encriptadas” después, con la venida del Espíritu Santo. Jesús les da un mandamiento que ya contenía la ley de Moisés, pero le añade una gran novedad, no se tratará ya simplemente de amarse los unos a los otros, sino de tener como paradigma de ese amor el amor del mismo Jesús. Es preciso amar como él, dando todo de sí desinteresadamente. No un amor servil y meramente sentimental, sino un amor que perdona, que cree incluso en los que han fallado, un amor que corrige, que lucha, que se entrega, que sufre, que goza, que ríe, un amor pleno que no excluye ninguna realidad de la vida, un amor que no es ni sólo el ímpetu y arrebato juvenil de un corazón que palpita a mil por hora, ni tampoco el abnegado sacrificio de quien soporta los más variados sufrimientos rayando en el masoquismo.

 

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