En los más recientes años, previo a las elecciones presidenciales, algunos partidos y grupos políticos tratan de unir fuerzas para competir por el poder, en especial por la Presidencia de la República, la joya de la corona. Muchas han sido las oportunidades despreciadas porque las diferencias ideológicas, los vetos y los egos así lo han querido. A veces se impone la estrategia del alacrán consistente en que estos animales, además de ser ponzoñosos, no permiten que ninguno de ellos salga a flote.
Aquí se prefiere perder así gane el peor de los contrarios. Muchos hablan de cambio pero eso es puro gatopardismo; como decía san Agustín: “Señor, hazme casto pero no todavía”. Claro, él tenía una vida licenciosa que no quería perder. Así pasa con muchos de los que hablan de cambiar pero están ligados a las canonjías del Estado y creen que no todo cambio es bueno para ellos. El gran problema aquí es que muchos de los partidos o agrupaciones políticas son centros de refugio o exilio electoral, sin una base mínima acerca del porqué y del para qué, amorfos ideológicamente. Por eso, este tipo de partidos se fracciona y desaparece. Ya lo vimos, el Polo, un partido ecléctico con tonalidades diversas, no pudo mantenerse. Esto también se ve en los Verdes que frente a los grandes problemas del país ya siente las fracturas de sus contradicciones. Y no es que estas sean malas sino que se deben resolver dialécticamente; la contradicción es la fuente de la vida. Todavía, en el Verde se asustan con palabrejas como castrochavismo, ideología de género, conceptos rebuscados por la propaganda electoral que quiere darle una concepción diferente a la que le da la biología que dice somos del género Homo. Por eso se ve que algo va de Juanita Goebertus a Inti Asprilla. Estos dos partidos y gentes de otros grupos han tratado de buscar uniones con otras agrupaciones pero con condiciones insalvables: “Que no esté fulano”.
Por Dios, este es el peor de los criterios en gentes que se cree podrían ser de la misma familia; no se trata de hacer una alianza, por ejemplo, con el uribismo sino entre semejantes que, supuestamente, quieren combatir esta tendencia grupal. Sin unidad ni pío, hay que aprovechar las flaquezas del verdadero adversario; el próximo debate electoral para congreso puede dar sorpresas; el CD sin Uribe en la lista podría reducir su bancada a la mitad; igual le podría pasar al partido Verde sin Mockus; el Polo, sin Robledo y sin los que se van para la CH, desaparece del mapa; los liberales y Cambio Radical también tienen fisuras así que sus resultados electorales van a cambiar. La oportunidad para el llamado “pacto histórico” está a la mano: CH, UP, Mais, algunos verdes, los no robledistas y gentes de otras vertientes hacen pensar en una mayoría, meta difícil pero no imposible. El país espera cambios de verdad sin salirse del capitalismo pero metiéndole ética, alma y corazón, no el grande y retórico de Uribe. Y si insisten en decir que la equidad y la justicia social son castrochavismo y comunismo, les recuerdo que esta es una versión moderna de Caperucita Roja que ya pocos creen.